viernes, 24 de junio de 2016

Y el domingo...


     Pues nada. Pasó lo que pasó con el referéndum británico. Es lo que tiene la democracia: que cuando se pide opinión a la gente esta opina. Y a menudo esa opinión es distinta o incluso contraria a lo que los bienpensantes políticos de turno esperan de ella.

     En ocasiones los ciudadanos ejercen su derecho al voto con la suficiente información al respecto de lo que se les está preguntando, pero en otras muchas ocasiones, por desgracia, no es así. Sencillamente decidimos nuestro voto llevados por la costumbre, por las caras conocidas o desconocidas, para que sigan los que están o para que se marchen de una vez; por lo que nos dice alguien o por lo que oímos por ahí. Pero parece que a casi nadie le interesa (y por eso no se preocupa de ello) que la información sea la suficiente como para que la ciudadanía vote por convicción, sabiendo lo que hace y sabiendo lo que van a hacer con su voto los políticos a los que se elija.

    Debe de ser cuestión de madurez política, tanto de los profesionales de la política como de los ciudadanos. Aunque a estas alturas unos y otros deberíamos ya tener la suficiente experiencia democrática como para que no ocurrieran estas cosas.


     Pero bueno. Ahora ya no hay tiempo para esas cuestiones. Es un tema de largo recorrido, que necesita tiempo, paciencia y preparación. Y tiempo justamente es lo que no tenemos, ya que en unas horas tenemos una cita con las urnas.

     
     Al contrario de lo que hace mucha gente, yo no voy a pedir suerte para el domingo. Si pediré una mínima reflexión antes de votar. Saber lo que hacemos y a quien le otorgamos nuestra confianza. Nada más. Ni nada menos.

     Y es que, como decía aquel: la suerte solo se le desea a los toreros y a los malos estudiantes. 

     Pues eso: salud y justicia, que es lo único que necesitamos.




Correspondencia


Ayer recibí un sobre.
Un sobre del PP.


Pero dentro no había "pasta".
Tan solo mentiras, falsas promesas, 
un pavo y algún que otro chorizo.

Ni para un bocata me da.





jueves, 23 de junio de 2016

Jornada electoral


   Ya han abierto los colegios electorales. Los ciudadanos comienzan a ejercer su derecho al voto, a decidir sobre su futuro. 

     En este caso no se trata de elecciones locales, ni se eligen los miembros del parlamento, ni tampoco al presidente del gobierno (primer ministro o presidente de la república en sus diversas denominaciones).

     Desde hace unas horas los ciudadanos británicos están decidiendo su futuro, y en buena medida el de todos nosotros, en un referendum organizado para decidir a cerca de su continuidad o no dentro de la Unión Europea. Permanencia -dicho sea de paso- muy a su manera, porque conocido es el curioso régimen de adhesión que poseen los británicos, al mantener su propia moneda, su particular política de atención sanitaria, de inmigración... y que hasta continúan ¡conduciendo por la izquierda!

     Decisión esta que, como deciamos antes, nos interesa a todos, ya que sea cual sea el resultado de la votación, como dijo ayer mismo el propio Cameron "la medida no tendrá vuelta atrás".  

       Tal vez muchos de nosotros tengamos una opinión formada sobre qué resultado sería el más favorable para nuestro país y/o para el conjunto de la Unión Europea, otros tendrán dudas al respecto y no sabrán muy bien si decantarse por una u otra opción y algunos (bastantes o tal vez muchos, me temo) ni siquiera sabrán de lo que estamos hablando. Pero pese a la importancia del asunto en cuestión y a que la decisión que finalmente se adopte nos beneficia/perjudica interesa a todos los europeos, tan solo los ciudadanos británicos son los llamados a las urnas. Los demás podemos opinar lo que nos plazca (con mayor o menor conocimiento de causa, que eso ya es otra historia), pero únicamente ellos decidirán sobre su futuro inmediato.

    Ciudadanos de tres naciones (Inglaterra, Gales y Escocia) decidiendo de manera soberana sobre su futuro. Lo aceptamos con normalidad, como algo que ocurre naturalmente. Y es que no puede ser de otra manera. ¡Si hasta tienen distintas selecciones deportivas cada uno de ellos! En cambio aquí muchos se rasgan las vestiduras cuando se pretende opinar sobre las distintas nacionalidades.


      Además y por si alguien no había caído todavía en el detalle, el referendum se celebra hoy, día 23, y jueves para más señas. Y sin ningún tipo de jornada de reflexión previa. Ayer mismo todavía se celebraban mítines en los que personalidades de diferentes ámbitos (políticos, artistas, intelectuales, deportistas...) manifestaban su opinión pública y abiertamente.


      Nosotros también tenemos una cita con las urnas esta semana. Pero aquí hacemos las cosas a nuestra manera, que para algo somos españoles. Será el próximo domingo, para no interferir en la jornada laboral; con jornada de reflexión, el sábado, en la que está terminantemente prohibida la propaganda electoral. Incluso se prohibe publicar los resultados de encuestas electorales los últimos seis días. No vaya a ser que algo de esto pueda influir en nuestro voto. Pero de eso y de algún que otro mamporrero "motorizado" ya hablaremos mañana.


       Una vez más queda patente la existencia de distintas formas de actuar (no entraremos a valorar si mejores o peores) ante una misma -o parecida- situación, y matices diferentes que configuran nuestros particulares sistemas democráticos. 

      Sabido es que no se ven igual las cosas en casa propia que en la del vecino. Pero por todo ello y también pese a todo ello, tanto si finalmente se produce el llamado "brexit" como si no, ¡cuánto tenemos que aprender de nuestros vecinos británicos!




martes, 21 de junio de 2016

"El balcón en invierno"

Autor: Luis Landero


  
Tusquets Editores, S.A.
Colección Andanzas
3ª edición: octubre de 2014
245 páginas.








BIOGRAFÍA

Nacido en Alburquerque (Badajoz) en 1948 en el seno de una familia de agricultores, Luis Landero tuvo que emigrar con su familia a Madrid, como tantos otros, en 1960. Una vez en la capital ejerció los más diversos y variopintos oficios para poder pagarse los estudios.

Ejerció como profesor ayudante de Filología Francesa en la Universidad Complutense, fue profesor de Lengua y Literatura españolas en un Instituto de Bachillerato y también dió clases en la Escuela de Arte Dramático.





Desde la aparición de su exitosa primera novela "Juegos de la edad tardía" (1989), con la que consiguió el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura de ese año, ha compaginado la escritura de novelas con artículos en la prensa escrita. "Caballeros de fortuna" (1994), "Retrato de un hombre inmaduro" (2009) y "Absolución" (2012) son otras de sus novelas más destacadas, además de "El balcón en invierno" (2014), la última publicada hasta el momento.




SINOPSIS


Asomado al balcón, debatiéndose entre al vida que bulle en la calle y la novela que ha empezado a escribir pero que no le satisface, el escritor se ve asaltado por el recuerdo de una conversación que tuvo lugar cincuenta años antes, en otro balcón, con su madre.  «Yo tenía dieciséis años, y mi madre cuarenta y siete. Mi padre, con cincuenta, había muerto en mayo, y ahora se abría ante nosotros un futuro incierto pero también prometedor.»     

Este libro es una narración emocionante de una infancia en una familia de labradores en Alburquerque (Extremadura), y una adolescencia en el madrileño barrio de la Prosperidad. 

Es también el relato, a veces de una implacable sinceridad, otras chusco y humorístico, de por qué oscuros designios del azar un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la literatura y ser escritor. Y de sus vicisitudes laborares en comercios, talleres y oficinas, mientras estudia en academias nocturnas, empeñado en ser un hombre de provecho. Pero dispuesto a tirarlo todo por la borda para ser guitarrista y vivir como artista. Y en ese universo familiar de los descendientes de hojalateros, surge un divertidísimo e inagotable caudal de historias y anécdotas en el que se reconoce la historia reciente.




COMENTARIO

Estupendo libro autobiográfico en el que Landero nos cuenta parte de su vida, aquella en la que se acumulan los recuerdos de una forma de vida que fue la suya y ahora casi ha dejado de existir. De un mundo que ha cambiado por completo en unas pocas décadas. De unas gentes que ya solo viven en el recuerdo de quienes los conocieron y que, dentro de muy poco, dejarán de existir definitivamente.


"Del mismo modo que no sé nada de mis bisabuelos, y menos aún de ahí para atrás, los que nazcan dentro de veinte o treinta años no llegarán tampoco a saber nada de nosotros. No seremos ni siquiera fantasmas. Quizá ni siquiera un nombre flotando a la deriva de los tiempos".  Páginas 243-244.


También nos habla el autor de la dureza de la vida en los pueblos en aquellos años de miseria y posguerra en los que transcurrió su niñez.

"Así era todo entonces. Tu creías que vivías en el centro del mundo, como es de suponer que les ocurrirá a todos los niños de todos los lugares, y más en los tiempos en que no se viajaba ni había televisión. Las cosas entonces se escribían todas con mayúsculas: el Padre, el Abuelo, el Maestro, el Libro, el Médico, el Cura, el Pueblo, el Castillo..."  Página 73.


Es esta la historia de un niño, de un joven, que descubre la literatura como forma de conocer otros mundos, de vivir aventuras imposibles y visitar personas y lugares distintos y distantes.

"En los libros leídos está la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de nuestro aprendizaje estético y de nuestra evolución vital, los vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y que luego, tras ser devastados por el tiempo, con los materiales de sus ruinas construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso de nuestro bagaje cultural".  Página 115.

"Y luego, un día, no sé de qué manera, dejé de creer en Dios y me encontré creyendo en Gustavo Adolfo Bécquer".  Página 85.


 
Y como ese niño de pueblo, ese joven que va a la ciudad a estudiar y a labrarse un futuro, deviene en un ávido lector. En un lector activo, de los que "lee con lápiz para subrayar frases, para escribir notas en los márgenes, para enmarcar palabras..." convirtiéndose luego, ya de adulto, en escritor para contar historias de una vida, para rememorar anécdotas de su pueblo y de sus gentes, para honrar con su recuerdo a quienes tan importantes fueron en su vida y ahora tan solo habitan en su memoria. En su memoria y a partir de ahora también en la nuestra, al concluir la lectura de este agradable libro.

Un mundo rural en extinción, ya casi desaparecido, es el que se nos presenta en estas páginas. A menudo arrinconado en pequeñas construcciones (un antiguo molino, restos de un castillo, una humilde casa típica de otra época) a modo de pequeños museos etnográficos en los que se recuerda aquello que antes era habitual y ahora nos resulta extraño y casi irreconocible; lugares que nos gusta visitar para acceder a nuestras dosis de "naturaleza" (en vacaciones o cualquier fin de semana), donde las casas de pueblo se han convertido en alojamientos rurales, y las tradicionales tascas en rutilantes cafeterías de estética pretendidamente moderna, pero en las que no puede faltar, eso sí, alguna cabeza de ciervo, toro o jabalí presidiendo el local, colocada junto a la diana del juego de dardos y muy cerca de la inevitable mesa de billar (americano, of course).


Un libro para quienes quieran leer y recordar, o para quien desee saber y no olvidar. Asomaos todos a "El balcón en invierno". Nostálgico, agradable, en ocasiones alegre y simpático, no muy largo y absolutamente recomendable.




* Reseñas pendientes:

La tristeza del samurái, de Víctor del Árbol.
La mujer loca, de Juan José Millás.
León el africano, de Amin Maalouf
Solaris, de Stanislaw Lem.


jueves, 9 de junio de 2016

El día de la marmota


Como en aquella película de ¡1993! (hay que ver cómo pasa el tiempo y qué mayores nos hacemos) a la que hace referencia el título de este post, -comedia protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell, en la que un meteorólogo es enviado a cubrir la información a un pequeño pueblo que mantiene la costumbre de predecir el futuro del invierno en función del comportamiento de una marmota, y en el que se queda atrapado repitiendo, día tras día, los mismos acontecimientos-, la sociedad española se encuentra inmersa en un bucle sin fin del que (esperemos) poder salir dentro de unas semanas.



Y es que en apenas unas horas comienza la campaña electoral. Todavía no han pasado ni seis meses desde la última ocasión en que los ciudadanos tuvimos la oportunidad de dar nuestra opinión a cerca de la situación política de nuestro país y en unos días nos encontraremos otra vez ante las urnas.

En aquella ocasión y tras los resultados obtenidos por unos y otros (sorprendentes para casi todos, por las espectaculares bajadas de los grandes partidos tradicionales y la no menos espectacular irrupción de los llamados emergentes) y ante la manifiesta incapacidad de todos ellos para cumplir el mandato de los electores, que no era otro que el llegar a acuerdos ante la nueva situación, olvidarse de egos y de mayorías (absolutas o no) y ponerse a trabajar por el bienestar de los ciudadanos, nos vimos abocados a una situación de provisionalidad, de precampaña permanente y de parálisis institucional que, por el bien de todos, sería conveniente que pasara a mejor vida.

Llega el momento de las promesas, de confrontar proyectos y ambiciones, de hablar de posibles pactos y de líneas que no se cruzarán; de carteles por las calles, de apariciones mediáticas en todo tipo de programas de televisión; de mítines, sonrisas y buenas caras. Y de encuestas. De intención de voto y de percepción de los resultados; de a quién se votará y quién creemos que logrará la victoria.

Pero en esta vorágine de datos y opiniones una palabra casi nueva se ha instalado en nuestro día a día. Se trata de un término italiano (hasta la fecha todavía no reconocido por la RAE) y que significa "adelantar". En nuestro país empezó a utilizarlo Julio Anguita en los años 90 del pasado siglo y ahora está más vigente que nunca. Como ya imaginais me estoy refiriendo a la teoría del sorpasso, en virtud de la cual se hablaba de la posibilidad de que los partidos a la izquierda del PSOE le pudieran superar en unas elecciones generales.


Llegados a este punto es casi obligatorio comentar el hecho de que según todas las encuestas (lo siento, pero al final no he podido evitar la utilización del término maldito) todo apunta a que tal circunstancia se podría producir el próximo día 26 de junio, y la coalición de Podemos, IU, Compromis y las distintas confluencias mejorará sus resultados y superará ampliamente en votos a los socialistas.

Si esos votos serán suficientes para convertirse en primera fuerza política o se quedarán a la sombra del PP es, a día de hoy, imposible de asegurar y difícil de creer, aunque sería importante destacar que ese y no otro debería ser su objetivo. No conformarse y darse por satisfechos con el sorpasso, sino conseguir lo que me atrevo a denominar el zarpazo y desalojar de los sillones azules a quienes nunca deberían haberlos ocupado, que tan mal uso han hecho de ellos y mandarlos, como mínimo, unas cuantas filas más arriba del hemiciclo.

Ese es el objetivo y eso es lo que muchos esperamos, deseamos y necesitamos que suceda el próximo día 26. Que de una vez la sociedad despierte y reaccione ante esta panda de corruptos y malos gestores.

Con sorpasso o sin sorpasso, lo importante es que haya zarpazo.