jueves, 27 de abril de 2017

Tertulia literaria


     Que cosa tan fantástica esta de los clubs de lectura.

     El otro día asistí a una tertulia literaria. Sí, ya sé que suena algo rimbombante, sobre todo para quien no haya asistido a ninguna, pero en realidad no lo es tanto. Se trataba de una reunión para hablar de libros, de literatura, y de la obra de un autor que me gusta y a quien tengo en gran estima (lógicamente, por eso asistí al evento). Pero desde el primer momento algo se percibía en el ambiente que no vaticinaba nada bueno.

     
     En primer lugar la puntualidad. Pasaban veinte minutos de la hora prevista cuando dio comienzo el acto. Y era fácil adivinar el por qué. Apenas una decena de personas componían (componíamos) la reunión, tres de los cuales asistíamos convocados directamente por el autor. Un exitazo, vamos. La mala fecha, la hora y hasta “el frío que hace” fueron las excusas que al parecer esgrimieron algunos supuestos miembros del club para no acudir a un acto programado, recordemos, por ellos mismos.


     Pero al fin comenzamos. La presentación corría a cargo de… pues no sabría decir de quien. Un señor que no se presentó a sí mismo, supongo que porque la mayoría de asistentes ya lo conocían, comienza a presentar (ahora sí) al autor del libro.

     Y aquí viene la segunda sorpresa de la tarde (¿o vamos ya por la tercera?) Porque entonces descubro que allí se iba a hablar de un libro. Pero no del último que el autor acaba de publicar, sino de uno anterior publicado en septiembre de ¡2015!

     Que si. Que vale. Que está bien. Pero no están demasiado actualizados estos señores lectores porque, como se supo después, ni siquiera conocían la existencia del más actual.



     Continuemos. Íbamos por la presentación del presentador no presentado. Por las palabras de tal señor cualquiera de los presentes que no conociera aunque fuera mínimamente al autor podría pensar que allí se estaba hablando de un debutante. De un recién llegado al mundo literario. De alguien que acaba de publicar su primera novela. Por la forma de hablar, por lo que decía y por cómo lo decía. En un tono tan coloquial, tan de compadreo, tan de “ánimo chaval. Te falta mucho pero vas por buen camino” que en ocasiones hacía sentir incomodidad a (al menos alguno de) los presentes.



     Terminada la breve introducción, que más lo pareció por desconocimiento de la vida y obra del autor que por ganas de comenzar el coloquio, tomó la palabra la que a partir de aquel momento sería la verdadera protagonista de la velada. Me refiero a una señora que sentada en primera fila -en realidad todos estábamos en la primera o en la segunda fila, no había más- comenzó a soltar su perorata. Primero hablando de “su” experiencia profesional con (que no en) el mundo del periodismo, y después repartiendo estopa a diestro y siniestro entre lo más granado del universo literario actual (aunque parezca difícil, en solo unos minutos fue capaz de menospreciar a autores como Mendoza, Juanjo Millás, Ferran Torrent, Santiago Posteguillo, Juan Marsé… Menos mal que cuando se habló, brevemente, de Chirbes y Blasco Ibáñez tuvo la gentileza de no hacer comentario alguno, porque ahí si que no me hubiera podido resistir). Y se quedó tan ancha la señora.



     Continuaban las disertaciones de la buena señora, encantada de haberse conocido, tan solo interrumpidas por algunas breves intervenciones que al autor invitado (invitado por ellos, recordemos) le dejaba hacer, y por un par de solicitudes de otro “tertuliano” para pedir la aclaración de algún “palabro” con los que la señora adornaba sus brillantes monólogos. Que se había perdido, decía el pobre. Él y todos los demás, pensaba yo.



     En los momentos en que el tono decaía y la buena señora nos regalaba unos instantes de tranquilidad literaria, dejando por un momento descansar a su propio ego, otro de sus colegas era requerido para intervenir por el supuesto presentador, a lo que contestaba que por el momento no tenía nada que decir. Tal vez más adelante. Y el resto de la concurrencia -tres personas ajenas al club lector- con cara de circunstancias. El autor que parecía no saber si empezar a rebatir, una por una, la sarta de tonterías que allí se estaban escuchando o dejar pasar el temporal hasta dar por finalizado el compromiso.



     Una. Tan solo una persona (siempre desde mi punto de vista, claro está) ponía de vez en cuando la nota de cordura en la reunión, con intervenciones bastante acertadas, comentarios normales que podríamos suscribir cualquiera de nosotros. Menos mal: no estaba todo perdido.

     Del resto mejor ni hablar. Porque cuando todo lo que se puede decir de un libro es que algunas partes son demasiado largas, cuando se discuten cifras que el autor utiliza y que son datos reales de organismos oficiales, públicos y privados, cuando se critica el nombre de un personaje por ser demasiado cinematográfico… en ese instante se hace más que evidente el nivel de quien realiza tales afirmaciones.


     Y así transcurrió la tarde. Entre las peroratas de una, algunos comentarios fuera de lugar de otro y el silencio de casi todos los demás. (Y no estoy seguro, pero diría que alguna cabezadita si dio el “tertuliano perdido”, el que antes pedía las aclaraciones).


     Sin duda lo mejor de la tarde fue la agradable conversación mantenida por cuatro personas ya de noche, de pie y en la calle, a las puertas de la librería. Solo por eso ya valió la pena.


     Pero que no me esperen más en tertulias literarias. Al menos en las de este estilo, con ese nivelazo y organizadas por el club de lectura de la librería de cuyo nombre no quiero acordarme.




Nota: pese a estar seguro de que ninguno de los protagonistas de la historia llegará nunca a leer estas líneas (bueno, en realidad espero que dos de ellos si lo hagan), se han obviado, conscientemente, los nombres tanto del autor -que no tiene ninguna culpa- como de la librería organizadora del acto. No merece la pena. De nada.