Tusquets Editores, S.A.
Colección Andanzas
3ª edición: octubre de 2014
245 páginas.
BIOGRAFÍA
Nacido en Alburquerque (Badajoz) en 1948 en el seno de una familia de agricultores, Luis Landero tuvo que emigrar con su familia a Madrid, como tantos otros, en 1960. Una vez en la capital ejerció los más diversos y variopintos oficios para poder pagarse los estudios.
Ejerció como profesor ayudante de Filología Francesa en la Universidad Complutense, fue profesor de Lengua y Literatura españolas en un Instituto de Bachillerato y también dió clases en la Escuela de Arte Dramático.
Desde la aparición de su exitosa primera novela "Juegos de la edad tardía" (1989), con la que consiguió el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura de ese año, ha compaginado la escritura de novelas con artículos en la prensa escrita. "Caballeros de fortuna" (1994), "Retrato de un hombre inmaduro" (2009) y "Absolución" (2012) son otras de sus novelas más destacadas, además de "El balcón en invierno" (2014), la última publicada hasta el momento.
Ejerció como profesor ayudante de Filología Francesa en la Universidad Complutense, fue profesor de Lengua y Literatura españolas en un Instituto de Bachillerato y también dió clases en la Escuela de Arte Dramático.
Desde la aparición de su exitosa primera novela "Juegos de la edad tardía" (1989), con la que consiguió el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura de ese año, ha compaginado la escritura de novelas con artículos en la prensa escrita. "Caballeros de fortuna" (1994), "Retrato de un hombre inmaduro" (2009) y "Absolución" (2012) son otras de sus novelas más destacadas, además de "El balcón en invierno" (2014), la última publicada hasta el momento.
SINOPSIS
Asomado al balcón, debatiéndose entre al vida que bulle en la calle y la novela que ha empezado a escribir pero que no le satisface, el escritor se ve asaltado por el recuerdo de una conversación que tuvo lugar cincuenta años antes, en otro balcón, con su madre. «Yo tenía dieciséis años, y mi madre cuarenta y siete. Mi padre, con cincuenta, había muerto en mayo, y ahora se abría ante nosotros un futuro incierto pero también prometedor.»
Este libro es una narración emocionante de una infancia en una familia de labradores en Alburquerque (Extremadura), y una adolescencia en el madrileño barrio de la Prosperidad.
Es también el relato, a veces de una implacable sinceridad, otras chusco y humorístico, de por qué oscuros designios del azar un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la literatura y ser escritor. Y de sus vicisitudes laborares en comercios, talleres y oficinas, mientras estudia en academias nocturnas, empeñado en ser un hombre de provecho. Pero dispuesto a tirarlo todo por la borda para ser guitarrista y vivir como artista. Y en ese universo familiar de los descendientes de hojalateros, surge un divertidísimo e inagotable caudal de historias y anécdotas en el que se reconoce la historia reciente.
COMENTARIO
Estupendo libro autobiográfico en el que Landero nos cuenta parte de su vida, aquella en la que se acumulan los recuerdos de una forma de vida que fue la suya y ahora casi ha dejado de existir. De un mundo que ha cambiado por completo en unas pocas décadas. De unas gentes que ya solo viven en el recuerdo de quienes los conocieron y que, dentro de muy poco, dejarán de existir definitivamente.
"Del mismo modo que no sé nada de mis bisabuelos, y menos aún de ahí para atrás, los que nazcan dentro de veinte o treinta años no llegarán tampoco a saber nada de nosotros. No seremos ni siquiera fantasmas. Quizá ni siquiera un nombre flotando a la deriva de los tiempos". Páginas 243-244.
También nos habla el autor de la dureza de la vida en los pueblos en aquellos años de miseria y posguerra en los que transcurrió su niñez.
"Así era todo entonces. Tu creías que vivías en el centro del mundo, como es de suponer que les ocurrirá a todos los niños de todos los lugares, y más en los tiempos en que no se viajaba ni había televisión. Las cosas entonces se escribían todas con mayúsculas: el Padre, el Abuelo, el Maestro, el Libro, el Médico, el Cura, el Pueblo, el Castillo..." Página 73.
Es esta la historia de un niño, de un joven, que descubre la literatura como forma de conocer otros mundos, de vivir aventuras imposibles y visitar personas y lugares distintos y distantes.
"En los libros leídos está la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de nuestro aprendizaje estético y de nuestra evolución vital, los vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y que luego, tras ser devastados por el tiempo, con los materiales de sus ruinas construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso de nuestro bagaje cultural". Página 115.
"Y luego, un día, no sé de qué manera, dejé de creer en Dios y me encontré creyendo en Gustavo Adolfo Bécquer". Página 85.
Y como ese niño de pueblo, ese joven que va a la ciudad a estudiar y a labrarse un futuro, deviene en un ávido lector. En un lector activo, de los que "lee con lápiz para subrayar frases, para escribir notas en los márgenes, para enmarcar palabras..." convirtiéndose luego, ya de adulto, en escritor para contar historias de una vida, para rememorar anécdotas de su pueblo y de sus gentes, para honrar con su recuerdo a quienes tan importantes fueron en su vida y ahora tan solo habitan en su memoria. En su memoria y a partir de ahora también en la nuestra, al concluir la lectura de este agradable libro.
Un mundo rural en extinción, ya casi desaparecido, es el que se nos presenta en estas páginas. A menudo arrinconado en pequeñas construcciones (un antiguo molino, restos de un castillo, una humilde casa típica de otra época) a modo de pequeños museos etnográficos en los que se recuerda aquello que antes era habitual y ahora nos resulta extraño y casi irreconocible; lugares que nos gusta visitar para acceder a nuestras dosis de "naturaleza" (en vacaciones o cualquier fin de semana), donde las casas de pueblo se han convertido en alojamientos rurales, y las tradicionales tascas en rutilantes cafeterías de estética pretendidamente moderna, pero en las que no puede faltar, eso sí, alguna cabeza de ciervo, toro o jabalí presidiendo el local, colocada junto a la diana del juego de dardos y muy cerca de la inevitable mesa de billar (americano, of course).
Un libro para quienes quieran leer y recordar, o para quien desee saber y no olvidar. Asomaos todos a "El balcón en invierno". Nostálgico, agradable, en ocasiones alegre y simpático, no muy largo y absolutamente recomendable.
"Del mismo modo que no sé nada de mis bisabuelos, y menos aún de ahí para atrás, los que nazcan dentro de veinte o treinta años no llegarán tampoco a saber nada de nosotros. No seremos ni siquiera fantasmas. Quizá ni siquiera un nombre flotando a la deriva de los tiempos". Páginas 243-244.
También nos habla el autor de la dureza de la vida en los pueblos en aquellos años de miseria y posguerra en los que transcurrió su niñez.
"Así era todo entonces. Tu creías que vivías en el centro del mundo, como es de suponer que les ocurrirá a todos los niños de todos los lugares, y más en los tiempos en que no se viajaba ni había televisión. Las cosas entonces se escribían todas con mayúsculas: el Padre, el Abuelo, el Maestro, el Libro, el Médico, el Cura, el Pueblo, el Castillo..." Página 73.
Es esta la historia de un niño, de un joven, que descubre la literatura como forma de conocer otros mundos, de vivir aventuras imposibles y visitar personas y lugares distintos y distantes.
"En los libros leídos está la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de nuestro aprendizaje estético y de nuestra evolución vital, los vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y que luego, tras ser devastados por el tiempo, con los materiales de sus ruinas construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso de nuestro bagaje cultural". Página 115.
"Y luego, un día, no sé de qué manera, dejé de creer en Dios y me encontré creyendo en Gustavo Adolfo Bécquer". Página 85.
Y como ese niño de pueblo, ese joven que va a la ciudad a estudiar y a labrarse un futuro, deviene en un ávido lector. En un lector activo, de los que "lee con lápiz para subrayar frases, para escribir notas en los márgenes, para enmarcar palabras..." convirtiéndose luego, ya de adulto, en escritor para contar historias de una vida, para rememorar anécdotas de su pueblo y de sus gentes, para honrar con su recuerdo a quienes tan importantes fueron en su vida y ahora tan solo habitan en su memoria. En su memoria y a partir de ahora también en la nuestra, al concluir la lectura de este agradable libro.
Un mundo rural en extinción, ya casi desaparecido, es el que se nos presenta en estas páginas. A menudo arrinconado en pequeñas construcciones (un antiguo molino, restos de un castillo, una humilde casa típica de otra época) a modo de pequeños museos etnográficos en los que se recuerda aquello que antes era habitual y ahora nos resulta extraño y casi irreconocible; lugares que nos gusta visitar para acceder a nuestras dosis de "naturaleza" (en vacaciones o cualquier fin de semana), donde las casas de pueblo se han convertido en alojamientos rurales, y las tradicionales tascas en rutilantes cafeterías de estética pretendidamente moderna, pero en las que no puede faltar, eso sí, alguna cabeza de ciervo, toro o jabalí presidiendo el local, colocada junto a la diana del juego de dardos y muy cerca de la inevitable mesa de billar (americano, of course).
Un libro para quienes quieran leer y recordar, o para quien desee saber y no olvidar. Asomaos todos a "El balcón en invierno". Nostálgico, agradable, en ocasiones alegre y simpático, no muy largo y absolutamente recomendable.
* Reseñas pendientes:
La tristeza del samurái, de Víctor del Árbol.
La mujer loca, de Juan José Millás.
León el africano, de Amin Maalouf
Solaris, de Stanislaw Lem.
La tristeza del samurái, de Víctor del Árbol.
La mujer loca, de Juan José Millás.
León el africano, de Amin Maalouf
Solaris, de Stanislaw Lem.
Tiene buena pinta. Me lo apunto.
ResponderEliminarEstupeno, Luispe.
EliminarSaludos.
He leído un par de libros de Landero pero este todavía lo tengo pendiente. Gracias por hacerme memoria.
ResponderEliminarGracias a ti Ángel por tu comentario.
EliminarEste libro no lo conozco ni al autor tampoco. Estoy esperando leer tu comentario de La tristeza del samurai. A mi me encantó.
ResponderEliminarVoy con bastante retraso con las reseñas. De hecho tengo varias pendientes. A ver si pronto le doy un empujón y me pongo al día.
EliminarYa te adelanto que a mi también me gustó mucho La tristeza del samurái.
Un saludo, M.Carmen.
No sé que decirte, he leído al autor y no congenio mucho con él.
ResponderEliminarBesos
Bueno, otra vez será que coincidamos en gustos.
EliminarOtro para ti, Inés.
Me parece un libro interesante. Un homenaje a sus mayores (creo que la señora de la portada es la abuela del autor) estupendamente escrito.
ResponderEliminarAsí es, Aramaca. Los de la foto son el propio autor y su abuela. Sin duda, un bonito homenaje.
EliminarLo leí hace un tiempo y me pareció un gran libro. Escrito con delicadeza y mucho cariño, que se lee muy rápido y deja un buen sabor de boca.
ResponderEliminarMe alegro de que te gustara, ana.
EliminarUn saludo.
Sencillez, delicadeza y humildad. Las palabras que resumen el que para mi es el mejor libro de luis landero. Para leer y releer de vez en cuuando.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Natalia.
EliminarY muchas gracias por tu aportación al blog.
Los libros de Landero son siempre lecturas recomendables. Me alegro de que lo hayas descubierto y disfrutado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Saludos Ramón.
EliminarOtro abrazo para ti.