Los
exploradores no habían mentido. A su regreso tras la última expedición por los
alrededores del territorio y después de contactar con varios grupos amigos,
relataron una historia asombrosa. Ante toda la comunidad reunida en la plaza
central contaron cómo hallaron a unos hombres enloquecidos, vagando perdidos en
medio de la selva, que les habían relatado unos extraños sucesos ocurridos no
mucho tiempo atrás.
Estos
pobres diablos les dijeron cómo habían sabido que a varias jornadas de camino,
más al norte en dirección al Gran Lago, varios poblados habían sufrido el
ataque de un dragón inmenso que lanzaba fuego por su enorme boca y que era
capaz de arrasar por completo una aldea y a todos sus habitantes de una sola
vez. Y que días después ellos mismos habían sido atacados por unos monstruos
que brillaban como el sol, más veloces que el viento, y capaces de partir a un
hombre en dos de un solo movimiento.
Ellos
eran los únicos supervivientes. Todo lo que quedaba de su aldea. Habían
conseguido salvarse huyendo en medio de la noche y adentrándose en la espesura
de la selva. Se sentían culpables por no haber corrido la misma suerte que sus
familiares y amigos, y no descansarían hasta acabar con aquellos intrusos. O
morirían intentándolo.
Tras
la sorprendente información los exploradores estuvieron buscando por los
alrededores, siguiendo la pista de aquellos extraños invasores, pero no
obtuvieron ningún resultado. Ni dragones, ni monstruos que brillaran. No
encontraron rastro alguno de aquellos seres que, si realmente existían,
parecían haberse esfumado.
No
los vieron a ellos, pero sí los estragos que habían causado. Al tercer día de
búsqueda dieron con una franja de selva, que ocupaba más de dos veces lo que su
propio poblado, totalmente consumida por el fuego. Las casas y sus habitantes;
los establos, los animales, el enorme almacén donde guardaban las provisiones,
las tierras de cultivo… Todo estaba calcinado. Como cuando se quema un campo
tras una mala cosecha para dejar descansar la tierra, explicaron, pero a una
escala mucho mayor. Un territorio tan inmenso como muerto, en el que el único
rastro de vida lo constituían unas pocas aves carroñeras que se disputaban las
últimas migajas.
La
incredulidad se apoderó de la aldea. Lo que aquellos hombres relataban se
parecía demasiado al tipo de historias que se contaban al calor del fuego en
las largas noches de invierno, aunque el gesto serio de quien hablaba y la
premura con la que había regresado la expedición ya les había hecho pensar que algo
extraño sucedía en los alrededores.
Aquella
noche nadie durmió. El debate se prolongó durante horas, interrogando a los
exploradores sobre multitud de detalles a cerca de quiénes podrían ser aquellos
desconocidos atacantes, cuántos eran, qué armamento poseían y,
fundamentalmente, cuál podría ser el motivo que había desencadenado tan
violento ataque. Obviamente todas las preguntas quedaban sin respuesta, ya que
poco más podían añadir quienes tan solo habían contemplado los restos de un
poblado destruido. Únicamente pudieron confirmar que nunca antes habían
presenciado nada parecido, y que no conocían nada ni nadie capaz de causar
semejante destrucción.
Tras
escuchar todas las opiniones y en un clima general de creciente intranquilidad,
la asamblea allí reunida decidió que se debía aumentar inmediatamente la
seguridad del poblado. Desde ese mismo momento y hasta que se clarificara la
situación, diez de sus mejores hombres vigilarían permanentemente el perímetro
de la población, distribuidos a lo largo de la empalizada de manera que cada
uno de ellos tuviera contacto visual con sus dos compañeros más cercanos, no
quedando así ninguna zona de sombra entre ellos. Además se formaría una nueva
patrulla de exploración que marcharía de manera circular, ampliando en cada giro la zona de observación, encargada de buscar cualquier indicio de presencia extraña, a la vez que instalaban trampas y otro tipo de señales que pudieran advertir al poblado ante
cualquier amenaza que se aproximara.
Transcurrieron
así varias jornadas, en las que el miedo y el silencio se adueñaron del
poblado. La actividad disminuyó drásticamente, realizándose tan solo las tareas
imprescindibles. Todos permanecían en alerta ante cualquier señal de aviso que
pudiera llegar del exterior, con el temor instalado en las mentes y el
nerviosismo en los cuerpos, a la espera de algún sonido del exterior que
disparara todas las alarmas.
Y,
a la cuarta noche, la patrulla no regresó.
(…)
Continua la intriga.
ResponderEliminar¡Quiero saber más cosas!
Gracias María.
EliminarPronto continuará.
Ya nos as dejado otra vez con ganas de mas. Q le habra pasado a la patrulla?
ResponderEliminarEspearemos al siguiente capitulo.
Me alegra mucho tu comentario, Sevillano.
EliminarA mi también me gustaría saberlo, aunque tengo una ligera idea.
Saludos.
Estupendo relato.
ResponderEliminarSigue así.
Gracias, amigo.
EliminarVa aumentando la tensión. Creo que se está preparando algo gordo.
ResponderEliminarEn eso estamos.
EliminarEspero que en breve habrá una nueva entrega.
Saludos.
La tensión crece y te deja con ganas de más... Tu forma de escribir hace que quiera seguir leyendo más y más... Sigue así.
ResponderEliminarGracias Mónica por tu comentario. Tan amable como siempre.
EliminarSi te quedas con ganas de más es señal de que te gusta. Me alegra decirte que la historia continuará muy pronto. ¡Espero que te resulte interesante!
1b7.
Esto tiene trampa (es broma). Todos los capítulos terminan bruscamente dejandonos con la incertidumbre.
ResponderEliminarHasta la siguiente.
jajajajaja
EliminarSiempre es bueno generar cierta incertidumbre, ¿no crees?
Además, al tratarse de fragmentos cortos creo que es la mejor manera de darle ritmo al relato.
Gracias por el comentario y, como dices, hasta la siguiente.
Promete y mucho. A mí me gusta esos finales bruscos porque te quedas con ganas de saber más. Sigue.
ResponderEliminarGracias Amparo, por pasarte por aquí y hacer un comentario.
EliminarSeguiré.