lunes, 8 de septiembre de 2014

Invasión (III)



Los exploradores no habían mentido. A su regreso tras la última expedición por los alrededores del territorio y después de contactar con varios grupos amigos, relataron una historia asombrosa. Ante toda la comunidad reunida en la plaza central contaron cómo hallaron a unos hombres enloquecidos, vagando perdidos en medio de la selva, que les habían relatado unos extraños sucesos ocurridos no mucho tiempo atrás.

Estos pobres diablos les dijeron cómo habían sabido que a varias jornadas de camino, más al norte en dirección al Gran Lago, varios poblados habían sufrido el ataque de un dragón inmenso que lanzaba fuego por su enorme boca y que era capaz de arrasar por completo una aldea y a todos sus habitantes de una sola vez. Y que días después ellos mismos habían sido atacados por unos monstruos que brillaban como el sol, más veloces que el viento, y capaces de partir a un hombre en dos de un solo movimiento.

Ellos eran los únicos supervivientes. Todo lo que quedaba de su aldea. Habían conseguido salvarse huyendo en medio de la noche y adentrándose en la espesura de la selva. Se sentían culpables por no haber corrido la misma suerte que sus familiares y amigos, y no descansarían hasta acabar con aquellos intrusos. O morirían intentándolo.

Tras la sorprendente información los exploradores estuvieron buscando por los alrededores, siguiendo la pista de aquellos extraños invasores, pero no obtuvieron ningún resultado. Ni dragones, ni monstruos que brillaran. No encontraron rastro alguno de aquellos seres que, si realmente existían, parecían haberse esfumado.

No los vieron a ellos, pero sí los estragos que habían causado. Al tercer día de búsqueda dieron con una franja de selva, que ocupaba más de dos veces lo que su propio poblado, totalmente consumida por el fuego. Las casas y sus habitantes; los establos, los animales, el enorme almacén donde guardaban las provisiones, las tierras de cultivo… Todo estaba calcinado. Como cuando se quema un campo tras una mala cosecha para dejar descansar la tierra, explicaron, pero a una escala mucho mayor. Un territorio tan inmenso como muerto, en el que el único rastro de vida lo constituían unas pocas aves carroñeras que se disputaban las últimas migajas.


La incredulidad se apoderó de la aldea. Lo que aquellos hombres relataban se parecía demasiado al tipo de historias que se contaban al calor del fuego en las largas noches de invierno, aunque el gesto serio de quien hablaba y la premura con la que había regresado la expedición ya les había hecho pensar que algo extraño sucedía en los alrededores.

Aquella noche nadie durmió. El debate se prolongó durante horas, interrogando a los exploradores sobre multitud de detalles a cerca de quiénes podrían ser aquellos desconocidos atacantes, cuántos eran, qué armamento poseían y, fundamentalmente, cuál podría ser el motivo que había desencadenado tan violento ataque. Obviamente todas las preguntas quedaban sin respuesta, ya que poco más podían añadir quienes tan solo habían contemplado los restos de un poblado destruido. Únicamente pudieron confirmar que nunca antes habían presenciado nada parecido, y que no conocían nada ni nadie capaz de causar semejante destrucción.

Tras escuchar todas las opiniones y en un clima general de creciente intranquilidad, la asamblea allí reunida decidió que se debía aumentar inmediatamente la seguridad del poblado. Desde ese mismo momento y hasta que se clarificara la situación, diez de sus mejores hombres vigilarían permanentemente el perímetro de la población, distribuidos a lo largo de la empalizada de manera que cada uno de ellos tuviera contacto visual con sus dos compañeros más cercanos, no quedando así ninguna zona de sombra entre ellos. Además se formaría una nueva patrulla de exploración que marcharía de manera circular, ampliando en cada giro la zona de observación, encargada de buscar cualquier indicio de presencia extraña, a la vez que instalaban trampas y otro tipo de señales que pudieran advertir al poblado ante cualquier amenaza que se aproximara.




Transcurrieron así varias jornadas, en las que el miedo y el silencio se adueñaron del poblado. La actividad disminuyó drásticamente, realizándose tan solo las tareas imprescindibles. Todos permanecían en alerta ante cualquier señal de aviso que pudiera llegar del exterior, con el temor instalado en las mentes y el nerviosismo en los cuerpos, a la espera de algún sonido del exterior que disparara todas las alarmas.

Y, a la cuarta noche, la patrulla no regresó.


(…)

14 comentarios:

  1. Continua la intriga.
    ¡Quiero saber más cosas!

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  2. Ya nos as dejado otra vez con ganas de mas. Q le habra pasado a la patrulla?
    Espearemos al siguiente capitulo.

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    1. Me alegra mucho tu comentario, Sevillano.
      A mi también me gustaría saberlo, aunque tengo una ligera idea.

      Saludos.

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  3. Estupendo relato.
    Sigue así.

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  4. Va aumentando la tensión. Creo que se está preparando algo gordo.

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    1. En eso estamos.
      Espero que en breve habrá una nueva entrega.
      Saludos.

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  5. La tensión crece y te deja con ganas de más... Tu forma de escribir hace que quiera seguir leyendo más y más... Sigue así.

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    1. Gracias Mónica por tu comentario. Tan amable como siempre.

      Si te quedas con ganas de más es señal de que te gusta. Me alegra decirte que la historia continuará muy pronto. ¡Espero que te resulte interesante!

      1b7.

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  6. Esto tiene trampa (es broma). Todos los capítulos terminan bruscamente dejandonos con la incertidumbre.
    Hasta la siguiente.

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    1. jajajajaja
      Siempre es bueno generar cierta incertidumbre, ¿no crees?
      Además, al tratarse de fragmentos cortos creo que es la mejor manera de darle ritmo al relato.
      Gracias por el comentario y, como dices, hasta la siguiente.

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  7. Promete y mucho. A mí me gusta esos finales bruscos porque te quedas con ganas de saber más. Sigue.

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    1. Gracias Amparo, por pasarte por aquí y hacer un comentario.
      Seguiré.

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