jueves, 21 de julio de 2016

Turquía


Continúa el incesante goteo de noticias a cerca de la situación en Turquía, cada una más sorprendente y preocupante que la anterior, tras el "fallido" golpe de estado de la semana pasada.

Tras el rápido desenlace y la no menos acelerada restitución de la normalidad, y tan solo unas horas después de producirse la asonada, comenzaron a llegarnos noticias de las primeras consecuencias para la población.

En apenas un par de días se produjeron más de siete mil quinientas detenciones (6.000 de las cuales correspondían a militares, en su mayoría de alta graduación), más de 8.000 policías fueron apartados de sus puestos, así como 3.000 miembros de la judicatura suspendidos de sus funciones (en su mayoría magistrados y fiscales, incluido alguno del Tribunal Supremo), al igual que cerca de 2.000 agentes del fisco. También se produjo el cese de una treintena de gobernadores provinciales. 

Todos ellos, supuestamente, acusados de estar detrás de la intentona golpista. Purgados con rapidez para preservar la democracia y el estado de derecho. Pero todo ello, obviamente, sin ningún tipo de juicio previo. Ni tan solo la instrucción de un expediente en el que se tuvieran las más mínimas garantías, la audiencia a los interesados y la indispensable defensa de sus derechos. Resulta cuanto menos curiosa la forma de entender esta defensa de la democracia.



Hasta el lunes eran unos 13.000 los empleados públicos afectados por los ceses, la mayoría de ellos pertenecientes a los ministerios de Justicia, Interior y Finanzas.

El martes continuó la purga: 40.000 funcionarios del ministerio de educación, casi en su totalidad profesores, directores de institutos, catedráticos y rectores de universidad; otros 1.000 de lo servicios secretos, 257 de la oficina del primer ministro y cerca de un millar entre los pertenecientes al ministerio de la familia y al de asuntos religiosos.

A la cifra anterior hay que añadir la revocación de otros 22.000 profesores que ejercían en instituciones privadas, que suponen el cierre inmediato, al menos temporalmente, de un buen número de centros educativos.

También se ha anunciado la suspensión de las vacaciones de verano para más de 3 millones de funcionarios, y la reincorporación inmediata a sus puestos de trabajo de aquellos que se encontraban disfrutándolas. Además, a los profesores y empleados de las distintas universidades se les ha prohibido viajar al extranjero y se ha exigido la vuelta a los que se encontraban fuera del país.



Pero si todo lo anterior no resultara ya de por sí digno de la mayor de las críticas y resultara reprobable para todo aquel que se considere mínimamente demócrata, ayer mismo se produjo una nueva vuelta de tuerca en esta preocupante situación. Y es que en la vorágine de medidas urgentes y celeridad desmedida en la que se haya instalado el gobierno turco, el Consejo de Ministros aprobó la declaración del Estado de Emergencia por un periodo (en principio) de tres meses para "controlar la situación y garantizar la estabilidad económica". En palabras del propio Erdogan lo que se pretende con estas medidas es "combatir la amenaza a la democracia".

Cabe recordar que dicha situación excepcional, regulada en el artículo 120 de la constitución turca (por cierto, redactada por la junta golpista de 1980), faculta al gobierno para imponer severas restricciones en cuanto a derechos y libertades de los ciudadanos, afectando a la libertad de movimiento, de reunión y de expresión. Permite imponer toques de queda, impedir el tráfico o el paso por determinados lugares, realizar registros sin previa autorización judicial, incluso despedir a los trabajadores sin tener en cuenta los convenios laborales. Prohibir o censurar publicaciones de prensa, radio y televisión (extensiva a cualquier tipo de actuación cultural), además de hacer necesaria la autorización previa para la importación de publicaciones y obras producidas fuera del territorio turco. 

 
"Nadie de fuera tiene derecho a criticar las decisiones que tomamos, antes que se miren ellos mismos" ha manifestado el presidente Erdogan defendiéndose de las cada vez más numerosas críticas internacionales, apuntando, aunque de forma velada, la posibilidad de que países extranjeros pudieran estar involucrados en el golpe. "Como comandante en jefe, limpiaremos junto a nuestros soldados todos los virus de las fuerzas armadas". Y a fe que lo están haciendo.



Sin querer hablar de autogolpe -aunque visto desde la distancia puede parecer que tiene toda la pinta de serlo- dentro del panorama internacional comienzan a alzarse voces alertando del cariz que está adoptando la situación en Turquía, exigiendo al gobierno que mantenga en todas sus actuaciones el máximo respeto a los derechos humanos y a los procedimientos legales para las investigaciones que se deban llevar a cabo. Esperemos que (por una vez y sin que sirva de precedente) las distintas instituciones y los políticos de relevancia internacional (¿?) estén a la altura de las circunstancias, ejerciendo la presión justa pero necesaria para ayudar al restablecimiento de todos y cada uno de los derechos y libertades de los que está siendo privada la ciudadanía de ese país.



Primero vinieron a por los jueces, pero yo no me preocupé porque no era juez.
Luego vinieron a por los militares y los policías, pero yo tampoco lo era.
Después a por profesores, políticos y sindicalistas, y yo continuaba tranquilo.
Después vinieron a por los kurdos, pero yo tampoco era kurdo.
Ahora vienen a por mi... y no queda nadie que me pueda ayudar.





viernes, 24 de junio de 2016

Y el domingo...


     Pues nada. Pasó lo que pasó con el referéndum británico. Es lo que tiene la democracia: que cuando se pide opinión a la gente esta opina. Y a menudo esa opinión es distinta o incluso contraria a lo que los bienpensantes políticos de turno esperan de ella.

     En ocasiones los ciudadanos ejercen su derecho al voto con la suficiente información al respecto de lo que se les está preguntando, pero en otras muchas ocasiones, por desgracia, no es así. Sencillamente decidimos nuestro voto llevados por la costumbre, por las caras conocidas o desconocidas, para que sigan los que están o para que se marchen de una vez; por lo que nos dice alguien o por lo que oímos por ahí. Pero parece que a casi nadie le interesa (y por eso no se preocupa de ello) que la información sea la suficiente como para que la ciudadanía vote por convicción, sabiendo lo que hace y sabiendo lo que van a hacer con su voto los políticos a los que se elija.

    Debe de ser cuestión de madurez política, tanto de los profesionales de la política como de los ciudadanos. Aunque a estas alturas unos y otros deberíamos ya tener la suficiente experiencia democrática como para que no ocurrieran estas cosas.


     Pero bueno. Ahora ya no hay tiempo para esas cuestiones. Es un tema de largo recorrido, que necesita tiempo, paciencia y preparación. Y tiempo justamente es lo que no tenemos, ya que en unas horas tenemos una cita con las urnas.

     
     Al contrario de lo que hace mucha gente, yo no voy a pedir suerte para el domingo. Si pediré una mínima reflexión antes de votar. Saber lo que hacemos y a quien le otorgamos nuestra confianza. Nada más. Ni nada menos.

     Y es que, como decía aquel: la suerte solo se le desea a los toreros y a los malos estudiantes. 

     Pues eso: salud y justicia, que es lo único que necesitamos.




Correspondencia


Ayer recibí un sobre.
Un sobre del PP.


Pero dentro no había "pasta".
Tan solo mentiras, falsas promesas, 
un pavo y algún que otro chorizo.

Ni para un bocata me da.





jueves, 23 de junio de 2016

Jornada electoral


   Ya han abierto los colegios electorales. Los ciudadanos comienzan a ejercer su derecho al voto, a decidir sobre su futuro. 

     En este caso no se trata de elecciones locales, ni se eligen los miembros del parlamento, ni tampoco al presidente del gobierno (primer ministro o presidente de la república en sus diversas denominaciones).

     Desde hace unas horas los ciudadanos británicos están decidiendo su futuro, y en buena medida el de todos nosotros, en un referendum organizado para decidir a cerca de su continuidad o no dentro de la Unión Europea. Permanencia -dicho sea de paso- muy a su manera, porque conocido es el curioso régimen de adhesión que poseen los británicos, al mantener su propia moneda, su particular política de atención sanitaria, de inmigración... y que hasta continúan ¡conduciendo por la izquierda!

     Decisión esta que, como deciamos antes, nos interesa a todos, ya que sea cual sea el resultado de la votación, como dijo ayer mismo el propio Cameron "la medida no tendrá vuelta atrás".  

       Tal vez muchos de nosotros tengamos una opinión formada sobre qué resultado sería el más favorable para nuestro país y/o para el conjunto de la Unión Europea, otros tendrán dudas al respecto y no sabrán muy bien si decantarse por una u otra opción y algunos (bastantes o tal vez muchos, me temo) ni siquiera sabrán de lo que estamos hablando. Pero pese a la importancia del asunto en cuestión y a que la decisión que finalmente se adopte nos beneficia/perjudica interesa a todos los europeos, tan solo los ciudadanos británicos son los llamados a las urnas. Los demás podemos opinar lo que nos plazca (con mayor o menor conocimiento de causa, que eso ya es otra historia), pero únicamente ellos decidirán sobre su futuro inmediato.

    Ciudadanos de tres naciones (Inglaterra, Gales y Escocia) decidiendo de manera soberana sobre su futuro. Lo aceptamos con normalidad, como algo que ocurre naturalmente. Y es que no puede ser de otra manera. ¡Si hasta tienen distintas selecciones deportivas cada uno de ellos! En cambio aquí muchos se rasgan las vestiduras cuando se pretende opinar sobre las distintas nacionalidades.


      Además y por si alguien no había caído todavía en el detalle, el referendum se celebra hoy, día 23, y jueves para más señas. Y sin ningún tipo de jornada de reflexión previa. Ayer mismo todavía se celebraban mítines en los que personalidades de diferentes ámbitos (políticos, artistas, intelectuales, deportistas...) manifestaban su opinión pública y abiertamente.


      Nosotros también tenemos una cita con las urnas esta semana. Pero aquí hacemos las cosas a nuestra manera, que para algo somos españoles. Será el próximo domingo, para no interferir en la jornada laboral; con jornada de reflexión, el sábado, en la que está terminantemente prohibida la propaganda electoral. Incluso se prohibe publicar los resultados de encuestas electorales los últimos seis días. No vaya a ser que algo de esto pueda influir en nuestro voto. Pero de eso y de algún que otro mamporrero "motorizado" ya hablaremos mañana.


       Una vez más queda patente la existencia de distintas formas de actuar (no entraremos a valorar si mejores o peores) ante una misma -o parecida- situación, y matices diferentes que configuran nuestros particulares sistemas democráticos. 

      Sabido es que no se ven igual las cosas en casa propia que en la del vecino. Pero por todo ello y también pese a todo ello, tanto si finalmente se produce el llamado "brexit" como si no, ¡cuánto tenemos que aprender de nuestros vecinos británicos!




martes, 21 de junio de 2016

"El balcón en invierno"

Autor: Luis Landero


  
Tusquets Editores, S.A.
Colección Andanzas
3ª edición: octubre de 2014
245 páginas.








BIOGRAFÍA

Nacido en Alburquerque (Badajoz) en 1948 en el seno de una familia de agricultores, Luis Landero tuvo que emigrar con su familia a Madrid, como tantos otros, en 1960. Una vez en la capital ejerció los más diversos y variopintos oficios para poder pagarse los estudios.

Ejerció como profesor ayudante de Filología Francesa en la Universidad Complutense, fue profesor de Lengua y Literatura españolas en un Instituto de Bachillerato y también dió clases en la Escuela de Arte Dramático.





Desde la aparición de su exitosa primera novela "Juegos de la edad tardía" (1989), con la que consiguió el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura de ese año, ha compaginado la escritura de novelas con artículos en la prensa escrita. "Caballeros de fortuna" (1994), "Retrato de un hombre inmaduro" (2009) y "Absolución" (2012) son otras de sus novelas más destacadas, además de "El balcón en invierno" (2014), la última publicada hasta el momento.




SINOPSIS


Asomado al balcón, debatiéndose entre al vida que bulle en la calle y la novela que ha empezado a escribir pero que no le satisface, el escritor se ve asaltado por el recuerdo de una conversación que tuvo lugar cincuenta años antes, en otro balcón, con su madre.  «Yo tenía dieciséis años, y mi madre cuarenta y siete. Mi padre, con cincuenta, había muerto en mayo, y ahora se abría ante nosotros un futuro incierto pero también prometedor.»     

Este libro es una narración emocionante de una infancia en una familia de labradores en Alburquerque (Extremadura), y una adolescencia en el madrileño barrio de la Prosperidad. 

Es también el relato, a veces de una implacable sinceridad, otras chusco y humorístico, de por qué oscuros designios del azar un chico de una familia donde apenas había un libro logra encontrarse con la literatura y ser escritor. Y de sus vicisitudes laborares en comercios, talleres y oficinas, mientras estudia en academias nocturnas, empeñado en ser un hombre de provecho. Pero dispuesto a tirarlo todo por la borda para ser guitarrista y vivir como artista. Y en ese universo familiar de los descendientes de hojalateros, surge un divertidísimo e inagotable caudal de historias y anécdotas en el que se reconoce la historia reciente.




COMENTARIO

Estupendo libro autobiográfico en el que Landero nos cuenta parte de su vida, aquella en la que se acumulan los recuerdos de una forma de vida que fue la suya y ahora casi ha dejado de existir. De un mundo que ha cambiado por completo en unas pocas décadas. De unas gentes que ya solo viven en el recuerdo de quienes los conocieron y que, dentro de muy poco, dejarán de existir definitivamente.


"Del mismo modo que no sé nada de mis bisabuelos, y menos aún de ahí para atrás, los que nazcan dentro de veinte o treinta años no llegarán tampoco a saber nada de nosotros. No seremos ni siquiera fantasmas. Quizá ni siquiera un nombre flotando a la deriva de los tiempos".  Páginas 243-244.


También nos habla el autor de la dureza de la vida en los pueblos en aquellos años de miseria y posguerra en los que transcurrió su niñez.

"Así era todo entonces. Tu creías que vivías en el centro del mundo, como es de suponer que les ocurrirá a todos los niños de todos los lugares, y más en los tiempos en que no se viajaba ni había televisión. Las cosas entonces se escribían todas con mayúsculas: el Padre, el Abuelo, el Maestro, el Libro, el Médico, el Cura, el Pueblo, el Castillo..."  Página 73.


Es esta la historia de un niño, de un joven, que descubre la literatura como forma de conocer otros mundos, de vivir aventuras imposibles y visitar personas y lugares distintos y distantes.

"En los libros leídos está la sombra, el rastro de lo que fuimos, los diversos bocetos de nuestro aprendizaje estético y de nuestra evolución vital, los vestigios de ciertos afanes que un día nos conmovieron y que luego, tras ser devastados por el tiempo, con los materiales de sus ruinas construimos nuestro modo de ser y de sentir, y lo más valioso de nuestro bagaje cultural".  Página 115.

"Y luego, un día, no sé de qué manera, dejé de creer en Dios y me encontré creyendo en Gustavo Adolfo Bécquer".  Página 85.


 
Y como ese niño de pueblo, ese joven que va a la ciudad a estudiar y a labrarse un futuro, deviene en un ávido lector. En un lector activo, de los que "lee con lápiz para subrayar frases, para escribir notas en los márgenes, para enmarcar palabras..." convirtiéndose luego, ya de adulto, en escritor para contar historias de una vida, para rememorar anécdotas de su pueblo y de sus gentes, para honrar con su recuerdo a quienes tan importantes fueron en su vida y ahora tan solo habitan en su memoria. En su memoria y a partir de ahora también en la nuestra, al concluir la lectura de este agradable libro.

Un mundo rural en extinción, ya casi desaparecido, es el que se nos presenta en estas páginas. A menudo arrinconado en pequeñas construcciones (un antiguo molino, restos de un castillo, una humilde casa típica de otra época) a modo de pequeños museos etnográficos en los que se recuerda aquello que antes era habitual y ahora nos resulta extraño y casi irreconocible; lugares que nos gusta visitar para acceder a nuestras dosis de "naturaleza" (en vacaciones o cualquier fin de semana), donde las casas de pueblo se han convertido en alojamientos rurales, y las tradicionales tascas en rutilantes cafeterías de estética pretendidamente moderna, pero en las que no puede faltar, eso sí, alguna cabeza de ciervo, toro o jabalí presidiendo el local, colocada junto a la diana del juego de dardos y muy cerca de la inevitable mesa de billar (americano, of course).


Un libro para quienes quieran leer y recordar, o para quien desee saber y no olvidar. Asomaos todos a "El balcón en invierno". Nostálgico, agradable, en ocasiones alegre y simpático, no muy largo y absolutamente recomendable.




* Reseñas pendientes:

La tristeza del samurái, de Víctor del Árbol.
La mujer loca, de Juan José Millás.
León el africano, de Amin Maalouf
Solaris, de Stanislaw Lem.