Brutal.
Demoledor. Apabullante. Magnífico. Todo esto y mucho más es este
“Sucios y malvados”. Como un puñetazo en la boca del estómago
del lector, que por momentos corta la respiración -tanto por lo que
cuenta como por la forma de contarlo-, y en otros permite una mínima
relajación a la espera del siguiente golpe que
no tardará en llegar.
Desde
un primer momento se muestra la historia con toda su crudeza. Porque
tal y como aseguran los manuales de técnicas de escritura, -además
de la más pura lógica-, el primer objetivo que ha de cumplir una
historia para resultar atractiva al lector es atraparle desde el
primer momento con un inicio impactante que le anime a continuar con
la lectura. Y en esta ocasión Juanjo Braulio lo ha conseguido, una
vez más.
Ya
en su anterior libro “El silencio del pantano” nos sorprendía
con un arranque en el que un macabro hallazgo era el desencadenante
de la acción. En aquella ocasión era la aparición de un saco
flotando en el río Turia en el que se encontraban mezclados restos
humanos junto a otros de varias especies animales distintas. Ahora la
inmensa alegría de un grupo de trabajadores agraciados con el primer
premio de la lotería de Navidad se convierte en horror cuando uno de
ellos decide, de manera aplastante, acabar con todo y quitarse la
vida.
Comienza
así este libro, en un tono brutal y desgarrador. Y así se mantendrá
a lo largo de las más de seiscientas páginas en las que
acompañaremos al autor en un descenso a lo más bajo, a lo más
profundo, a los infiernos personales y colectivos de una sociedad
enferma cuyos síntomas, por ignorados no dejan de ser más reales y
cercanos. Es muy cómodo mirar para otro lado y hacer como que no
vemos, como que no nos incumbe. Pero la realidad está ahí mismo: en
nuestra propia ciudad; tal vez a una calles de distancia; o agazapada
tras la puerta de al lado de nuestro apacible hogar.
En
ese descenso a los infiernos que nos propone el autor iremos
conociendo y viviendo cómo la violencia, la imparcialidad y la
injusticia se enseñorean de un mundo regido por el dinero, la
depravación, los abusos y los crímenes más bajos y execrables.
Y
lo haremos acompañados por un buen número de variopintos personajes
que irán completando la historia. Víctimas unos y verdugos los
otros, pero todos ellos implacablemente marcados por la violencia.
Jóvenes africanas o de la Europa del Este traídas al primer mundo
con engaños y obligadas a prostituirse como único medio de pago
para saldar las imposibles deudas contraídas; mujeres víctimas de
todo tipo de violencia por parte de quien se suponía que era quien
más las quería; aparentes ajustes de cuentas entre bandas rivales
por el control de algún negocio ilícito; ejemplares padres de
familia que satisfacen sus más bajos instintos a cambio de unos
pocos euros, forzando a niñas que todavía no han llegado a la
pubertad, o teniendo sexo rápido con alguna ingenua “secretaria
para todo”. Y profesionales del crimen y de la violencia, que se
dedican a ello como forma de ganarse la vida y/o para costearse sus
propios vicios.
"Cuando la existencia es tan indigna y miserable, la mentira, la traición y el beneficiarse de los golpes de suerte tal y como vengan sin que les importe qué daños puedan causar a los demás, son solo herramientas que pueden y deben usarse si las circunstancias lo aconsejan". Página 457.
Entre
medio de todos ellos, cabalgando sobre la delgada línea que a menudo
separa el bien del mal, nos toparemos con la ley y la justicia. Un
grupo de policías, encabezados por la inspectora Roma
Besalduch, intentando
recomponer el rompecabezas que tienen ante sus ojos. Una jueza y unos
forenses que parecen más preocupados por dar celeridad a sus
actuaciones que por llegar hasta el final de las mismas. En ocasiones
por falta de personal, otras por escasez de medios o quien sabe si
por alguna otra razón. Y un grupo de mujeres que, en silencio, se
rebelan ante esta situación y deciden tomar partido por las víctimas
y llegar, con sus propios y abundantes recursos, a donde la justicia
en ocasiones no puede o no debe llegar.
"Una cree que, a mis años y con mi experiencia, ya lo ha visto todo. Pero la maldad y la estupidez humana parece no tener límites". Página 196.
Por
otro lado, la relajación y el tono más distendido -en los breves
instantes que el autor nos concede para que recuperemos la
respiración antes de volver a golpearnos con la más dura realidad-
viene de la mano de dos personajes secundarios muy bien conseguidos:
Charo y
Manuela. Dos vecinas; dos
amigas. Dos mujeres normales y corrientes que hablan de sus cosas
cuando coinciden por el barrio en sus quehaceres diarios. De sus
maridos, de la familia, y de “cómo está el mundo”.
También
son dignos de destacar otros dos personajes con una presencia
bastante residual aunque importante en el desarrollo de la historia y
conocidos por sus curiosos apodos. Chetú
y
Cagendeu son dos macarras,
dos matones, dos “malvados” que hacen lo que tienen que hacer sin
plantearse absolutamente nada más, pero que, pese a todo, acaban por
resultarnos simpáticos.
Y
un par de cameos del propio autor en lo que parece ser otra
de sus señas de identidad. Un más que evidente auto homenaje cuando
uno de los personajes menciona que le gustan las novelas que escribe un tal
“Q”, y el otro también en un bar (como en el libro anterior),
aunque esta vez localizado en “la Ciudad Eterna”, en muy buena compañía pero teniendo por vecino a un tipo mucho
más que peligroso.
Pero
si hay un personaje en esta novela coral que sobresale de entre todos
los demás ese es sin duda Dani. Un joven
compositor que solo puede sobrevivir a través de la música y que
soporta su existencia con la ayuda de todo tipo de sustancias
prohibidas. Es el hilo conductor de la historia. A través de él y
de los cuadernos que metódicamente va rellenando día tras día
iremos conociendo retazos de su historia personal, el por qué de sus
problemas mentales, y de como a través de la música es capaz de
“ver” a las personas y de distinguir en ellas la verdad de la
mentira.
Si
en su anterior libro Juanjo Braulio abordaba el tema del poder en sus
distintas vertientes y en cómo habitualmente ese poder suele
utilizarse para hacer el mal, en esta ocasión la reflexión que se
nos plantea es mucho más personal y cercana todavía. Ante un hecho
delictivo, incluso en el caso de que este llegue a resolverse, a
juzgarse y a condenar a los responsables, siempre queda una cuestión
pendiente: el resarcimiento a las víctimas.
Porque,
¿es suficiente la pena de cárcel para resarcir a quien tanto ha
padecido? La víctima de una violación, de malos tratos, o los
familiares de una persona que ha sido asesinada se deben/pueden
sentir “satisfechos” con el hecho de que el causante cumpla más
o menos años de prisión? ¿Y qué ocurre cuando por la habilidad de
los abogados defensores, por algún defecto formal o por errores
judiciales (que intencionados o no también los hay en cantidades
ingentes) los responsables de semejantes barbaridades ni siquiera
llegan a ser condenados?
"En derecho, Cristina, hay dos maneras de ganar un juicio. Una es ganarlo, claro; la otra es no perderlo nunca y dilatar el proceso de tal manera que, al final, se quede en nada". Elvira (la jueza) hablando con Cristina. Página 632.
Ley
y Justicia son conceptos diferentes y en ocasiones hasta antagónicos.
Y de eso saben mucho les
dones de cadira, un grupo
de mujeres tan distintas entre sí que se tienen que reunir en un
solitario claustro apartado para huir de las miradas indiscretas que,
de otro modo, inevitablemente provocarían. Una especie de modernas
“amazonas del apocalipsis” (espero que don Vicente sabrá
perdonar la “boutade”) que por diferentes motivos personales
optaron por dejar de lamentar su suerte y decidieron que había que
hacer algo más que quejarse, uniéndose para, con sus propios y
amplios recursos, resolver aquello que otros no podían o no querían
hacer.
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Claustro del Real Monasterio de la Trinidad |
Siempre
se ha dicho que se escribe de lo que se conoce, o bien se documenta
uno antes de ponerse a escribir sobre cuestiones que no domina
demasiado. Rompamos aquí otro mito: el del escritor cómodo que
sitúa la acción en su ciudad (para no tener que investigar
demasiado) y que habla de personas y hechos que tiene relativamente
cerca.
No
sea usted modesto, Sr. Braulio, porque ya no cuela. En este libro,
como en el anterior, queda patente el gran trabajo de documentación
realizado por el autor en muchos y diversos temas: la trama policial
parece lógica y sobre todo verosímil (algo que muchas veces brilla
por su ausencia en la llamada novela negra); las explicaciones
médicas y de determinados procesos químicos son rigurosas y
completas, así como las notas históricas sobre la ciudad de
Valencia, la inmigración ilegal y las mafias que la manejan;
cuestiones de informática que sobrepasan con mucho el nivel de
“usuario”; las acertadas y contínuas referencias
cinematográficas y literarias; y… la música. Sobre todo la
música.
Porque
ese es el vehículo sobre el que se articula la historia. O, mejor
dicho, las distintas historias que van entrecruzándose hasta
desembocar en la colosal escena final. Las explicaciones musicales y
las contínuas referencias a tonalidades y escalas cromáticas tal
vez resulten demasiado complicadas para el común de los mortales,
aunque imagino que serán motivo de disfrute tanto para los
profesionales de la música como para los grandes conocedores de los
entresijos de las composiciones musicales.
Este
sería el único pero que le podría poner al libro. Determinados
pasajes y descripciones musicales que por elevadas y complejas me han
resultado ininteligibles (tal es el grado de erudición que
demuestran). Pero teniendo en cuenta quién es el personaje que
realiza esas explicaciones y cuál es su situación mental provocada
(aunque tangencialmente) por la música, el autor queda más que
disculpado por ello.
Es
Dani el personaje que más aparece en la novela, el que cierra casi
todos los capítulos y el que culmina la acción en una escena
soberbia. Dura, como casi todo el libro, en la que convergen la
música, el color, los olores y la acción más trepidante.
Además
se nota que es con este personaje con el que más ha disfrutado (y
supongo que sufrido) el autor, y al que más páginas dedica. Y
nosotros como lectores lo agradecemos por conocer su historia, por
acompañarle en su sufrimiento y finalmente poder seguirle en un
viaje purificador. Un gran personaje a la altura de un fenomenal
libro.
También
es digna de elogio la construcción de otro de los personajes claves
en la historia, ya que Roma Besalduch es una inspectora de policía
alejada de los típicos clichés de personajes similares que suelen
abundar en este tipo de obras. ¡Bravo, sr. Escritor! por demostrar que
no es imprescindible que las jóvenes policías se nos presenten
siempre abrumadas por su tormentoso pasado, ni que se tengan
obligatoriamente que enamorar (generalmente de algún superior, o del
atractivo juez de instrucción) habitualmente hacia la mitad de la
historia. Para leer a este tipo de personajes ya sabemos a donde
acudir. Desde luego no los encontraremos en las obras de Juanjo
Braulio.
"Los hombres, Romi -le dice- tienen que ser como los zapatos: monos, bien de precio y que no te duelan". Patricia hablando con Roma, página 293.
Porque
aquí estamos hablando de otra cosa: de justicia, de venganza, y de
literatura de verdad. Juanjo Braulio nos regala una historia dura, un
relato magnífico en un estupendo libro.
De
los que dejan poso. De los que nos hacen reflexionar. De los que se
instalan en nuestro interior y tiempo después de haberlos terminado
todavía permanecen en nuestra cabeza y en nuestro corazón.
"La generosidad, la valentía, la integridad e incluso el mero sentimiento de humanidad resultan ser artículos de lujo que no se pueden pagar cuando la única posesión es la angustia, la pobreza y la desesperación". Página 55.
En
cierta ocasión contaba un amigo (perdona Juanjo, pero no recuerdo de
quién es la cita) que el primer libro se escribe para que guste al
editor, para así poder conseguir que se llegue a publicar. Que con
el segundo se debe intentar gustar a los lectores, afianzando a los
que leyeron el primero y consiguiendo nuevos adeptos. Y que es en el
tercero cuando al fin el autor consigue desprenderse de esa mochila,
desinhibirse y escribir para si mismo, librándose en cierto modo de
los lastres anteriores.
Pues
si esto es así no puedo ni imaginar con que nos sorprenderá Juanjo
Braulio en el futuro.
Pero
de lo que estoy seguro es de que será otra fantástica historia. Y
magistralmente escrita. ¡Enhorabuena, escritor!