Pues nada. Pasó lo que pasó con el referéndum británico. Es lo que tiene la democracia: que cuando se pide opinión a la gente esta opina. Y a menudo esa opinión es distinta o incluso contraria a lo que los bienpensantes políticos de turno esperan de ella.
En ocasiones los ciudadanos ejercen su derecho al voto con la suficiente información al respecto de lo que se les está preguntando, pero en otras muchas ocasiones, por desgracia, no es así. Sencillamente decidimos nuestro voto llevados por la costumbre, por las caras conocidas o desconocidas, para que sigan los que están o para que se marchen de una vez; por lo que nos dice alguien o por lo que oímos por ahí. Pero parece que a casi nadie le interesa (y por eso no se preocupa de ello) que la información sea la suficiente como para que la ciudadanía vote por convicción, sabiendo lo que hace y sabiendo lo que van a hacer con su voto los políticos a los que se elija.
Debe de ser cuestión de madurez política, tanto de los profesionales de la política como de los ciudadanos. Aunque a estas alturas unos y otros deberíamos ya tener la suficiente experiencia democrática como para que no ocurrieran estas cosas.
Pero bueno. Ahora ya no hay tiempo para esas cuestiones. Es un tema de largo recorrido, que necesita tiempo, paciencia y preparación. Y tiempo justamente es lo que no tenemos, ya que en unas horas tenemos una cita con las urnas.
Al contrario de lo que hace mucha gente, yo no voy a pedir suerte para el domingo. Si pediré una mínima reflexión antes de votar. Saber lo que hacemos y a quien le otorgamos nuestra confianza. Nada más. Ni nada menos.
Y es que, como decía aquel: la suerte solo se le desea a los toreros y a los malos estudiantes.
Pues eso: salud y justicia, que es lo único que necesitamos.