Autora: Svetlana Alexievich
Título original: Tchernobylskaia Molitva
Traducción: Ricardo San Vicente
Ensayo.
Editorial De Bolsillo
1ª edición: enero de 2015
406 páginas.
BIOGRAFÍA
Nacida en Stanislav (actual Ivano-Frankivsk), localidad de la Ucrania Soviética en 1948, Svetlana Alexándrovna Alexiévich es una afamada periodista, escritora y ensayista bielorrusa.
Estudió periodismo en la Universidad de Minsk y colaboró con la revista local Neman donde publicó sus primeros ensayos, cuentos y reportajes.
Su obra es una crónica personal de la historia de los hombres y mujeres soviéticos y postsoviéticos, a los que entrevistó para sus narraciones durante los momentos más dramáticos de la historia de su país, como la II Guerra Mundial, la Guerra de Afganistán, la caída de la Unión Soviética y el accidente de Chernóbil.
Enfrentada al régimen autoritario y a la censura de su país, tuvo que abandonar Bielorrusia en el año 2000. Sus libros han sido publicados en casi todos los países europeos, además de Estados Unidos, China, Vietnam e India, y traducidos a una veintena de idiomas. Pese a todo, algunos de ellos (como es el caso de este Voces de Chernóbil) todavía está prohibido en Bielorrusia.
Es autora de La guerra no tiene rostro de mujer (1985), Los últimos testigos. Cien relatos nada infantiles (1985), Los chicos de zinc (1989), Voces de Chernóbil (1997) y El fin del homo soviéticus (2013).
Entre los numerosos reconocimientos internacionales que ha obtenido destacan el Premio Herder en 1999, el Premio de la Crítica de Estados Unidos en 2006, el Premio de la Paz de los libreros alemanes (2013) y el Premio Nobel de Literatura en 2015.
Estudió periodismo en la Universidad de Minsk y colaboró con la revista local Neman donde publicó sus primeros ensayos, cuentos y reportajes.
Su obra es una crónica personal de la historia de los hombres y mujeres soviéticos y postsoviéticos, a los que entrevistó para sus narraciones durante los momentos más dramáticos de la historia de su país, como la II Guerra Mundial, la Guerra de Afganistán, la caída de la Unión Soviética y el accidente de Chernóbil.
Enfrentada al régimen autoritario y a la censura de su país, tuvo que abandonar Bielorrusia en el año 2000. Sus libros han sido publicados en casi todos los países europeos, además de Estados Unidos, China, Vietnam e India, y traducidos a una veintena de idiomas. Pese a todo, algunos de ellos (como es el caso de este Voces de Chernóbil) todavía está prohibido en Bielorrusia.
Es autora de La guerra no tiene rostro de mujer (1985), Los últimos testigos. Cien relatos nada infantiles (1985), Los chicos de zinc (1989), Voces de Chernóbil (1997) y El fin del homo soviéticus (2013).
Entre los numerosos reconocimientos internacionales que ha obtenido destacan el Premio Herder en 1999, el Premio de la Crítica de Estados Unidos en 2006, el Premio de la Paz de los libreros alemanes (2013) y el Premio Nobel de Literatura en 2015.
SINOPSIS
"Este libro no trata sobre Chernóbil, sino sobre el mundo de Chernóbil. Yo me dedico a lo que he denominado la historia omitida, las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y su tiempo. Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo ordinario en unas gentes corrientes. Aquí, en cambio, todo es extraordinario". Con estas palabras explica la propia autora cuál es el argumento del libro. Página 44.
COMENTARIO
Hace unas semanas me tropecé por casualidad con este Voces de Chernóbil durante una de mis habituales visitas a la biblioteca.
En un principio me llamó la atención la estupenda portada del libro: la imagen impactante; el contraste de la alambrada con la noria; el color gris (más bien el blanco sucio) tanto del cielo como de la nieve; la sensación de soledad y de abandono que transmite; y la frase que acompaña al título Crónica del futuro.
Además el nombre de la autora -pese a que no había leído nada suyo- me sonaba vagamente, en relación con algún premio literario. Busqué la biografía en la solapa y resultó que se trataba de la última ganadora del Premio Nobel de Literatura. Motivo más que suficiente como para llevármelo a casa.
Y me alegro de haberlo hecho.
Antes que nada he de decir que no se trata de un libro convencional. Más bien al contrario, ya que la autora reconoce no haber intervenido en su escritura, más allá de transcribir las informaciones que iba recibiendo, sin añadir ni omitir nada y manteniéndose siempre al margen, como un mero espectador de las conversaciones.
Y es que el libro no es más (ni menos) que la sucesión de una serie de monólogos en los que un buen número de supervivientes de la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil nos cuentan cómo vivieron el acontecimiento: cómo eran sus vidas antes de aquel nefasto 26 de abril de 1986; cómo vivieron las horas y los días posteriores al "accidente" y en qué se convirtieron sus vidas después de aquello.
Alexievich es uno de los máximos exponentes de un nuevo género literario -denominado novela-evidencia o novela colectiva- en la que, al estilo del antiguo coro griego, los distintos personajes van ofreciendo sus testimonios de manera individual y sin ninguna intromisión exterior. Directamente del personaje al lector. Ni siquiera existen preguntas a las que responder. Cada cual cuenta lo que quiere contar y de la manera que mejor le parezca, consiguiéndose así una mayor empatía por parte del lector que consigue llegar a la esencia humana de los acontecimientos sin ningún tipo de intermediario.
Militares movilizados desde el primer momento; campesinos obligados a abandonar temporalmente sus casas y sus tierras llevando consigo poco más que lo puesto, y a las que por supuesto nunca pudieron volver; habitantes de otros pueblos cercanos que nadie sabe por qué no fueron evacuados y continuaron viviendo en la zona, autoridades locales desbordadas por los acontecimientos mientras la propaganda soviética hacía su trabajo, soldados enviados al matadero con la misión de "apagar el incendio", profesores que no saben cómo explicar a sus alumnos lo que está pasando, médicos que no saben (ni pueden, ni tienen medios) cómo paliar los efectos del desastre... Todos ellos personajes reales, con nombres y apellidos, que con sus relatos van conformando el collage que constituye este libro.
"Chernóbil saltó por los aires alimentado por una conciencia que no estaba preparada para algo semejante, pero que tenía una fe absoluta en la técnica. Y, por añadidura, no se daba ninguna información. Montones de papeles con el sello de ultrasecreto". Zoya Danílovna Bruk, inspectora del Servicio para la Protección de la Naturaleza. Página 285.
Pese a que el tono general, como no podría ser de otro modo, es a menudo triste y en ocasiones dramático, resultada curiosa y alentadora la presencia del humor en muchas partes del libro, o lo que es lo mismo, en muchos de los relatos allí contados. Pese a todo lo que les ocurre, a la muerte y las enfermedades que los rodean, al engaño al que en muchas ocasiones fueron sometidos, a la desesperación, la rabia y la impotencia ante los acontecimientos que nos cuentan, los relatos se ven aderezados en numerosas ocasiones con anécdotas graciosas e incluso por chistes que cuentan las mismas personas que fueron, son y serán víctimas de aquel drama.
Quizás porque el humor sea, junto a la negación, una de las pocas respuestas que estas gentes encontraron para poder sobrellevar situaciones tan dramáticas. Unos optaron por una; otros por la contraria.
"Mandan un robot estadounidense al tejado, trabaja cinco minutos y va y se para. El robot japonés también trabaja nueve minutos y se para. En cambio, el robot ruso se pone a trabajar y está dos horas. Y en eso que se oye por la radio ¡Soldado Ivanov, puede bajar para un descanso!" Alexandr Kudriagvin, liquidador. Página 320.
En un principio me llamó la atención la estupenda portada del libro: la imagen impactante; el contraste de la alambrada con la noria; el color gris (más bien el blanco sucio) tanto del cielo como de la nieve; la sensación de soledad y de abandono que transmite; y la frase que acompaña al título Crónica del futuro.
Además el nombre de la autora -pese a que no había leído nada suyo- me sonaba vagamente, en relación con algún premio literario. Busqué la biografía en la solapa y resultó que se trataba de la última ganadora del Premio Nobel de Literatura. Motivo más que suficiente como para llevármelo a casa.
Y me alegro de haberlo hecho.
Antes que nada he de decir que no se trata de un libro convencional. Más bien al contrario, ya que la autora reconoce no haber intervenido en su escritura, más allá de transcribir las informaciones que iba recibiendo, sin añadir ni omitir nada y manteniéndose siempre al margen, como un mero espectador de las conversaciones.
Y es que el libro no es más (ni menos) que la sucesión de una serie de monólogos en los que un buen número de supervivientes de la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil nos cuentan cómo vivieron el acontecimiento: cómo eran sus vidas antes de aquel nefasto 26 de abril de 1986; cómo vivieron las horas y los días posteriores al "accidente" y en qué se convirtieron sus vidas después de aquello.
Alexievich es uno de los máximos exponentes de un nuevo género literario -denominado novela-evidencia o novela colectiva- en la que, al estilo del antiguo coro griego, los distintos personajes van ofreciendo sus testimonios de manera individual y sin ninguna intromisión exterior. Directamente del personaje al lector. Ni siquiera existen preguntas a las que responder. Cada cual cuenta lo que quiere contar y de la manera que mejor le parezca, consiguiéndose así una mayor empatía por parte del lector que consigue llegar a la esencia humana de los acontecimientos sin ningún tipo de intermediario.
Militares movilizados desde el primer momento; campesinos obligados a abandonar temporalmente sus casas y sus tierras llevando consigo poco más que lo puesto, y a las que por supuesto nunca pudieron volver; habitantes de otros pueblos cercanos que nadie sabe por qué no fueron evacuados y continuaron viviendo en la zona, autoridades locales desbordadas por los acontecimientos mientras la propaganda soviética hacía su trabajo, soldados enviados al matadero con la misión de "apagar el incendio", profesores que no saben cómo explicar a sus alumnos lo que está pasando, médicos que no saben (ni pueden, ni tienen medios) cómo paliar los efectos del desastre... Todos ellos personajes reales, con nombres y apellidos, que con sus relatos van conformando el collage que constituye este libro.
"Chernóbil saltó por los aires alimentado por una conciencia que no estaba preparada para algo semejante, pero que tenía una fe absoluta en la técnica. Y, por añadidura, no se daba ninguna información. Montones de papeles con el sello de ultrasecreto". Zoya Danílovna Bruk, inspectora del Servicio para la Protección de la Naturaleza. Página 285.
Pese a que el tono general, como no podría ser de otro modo, es a menudo triste y en ocasiones dramático, resultada curiosa y alentadora la presencia del humor en muchas partes del libro, o lo que es lo mismo, en muchos de los relatos allí contados. Pese a todo lo que les ocurre, a la muerte y las enfermedades que los rodean, al engaño al que en muchas ocasiones fueron sometidos, a la desesperación, la rabia y la impotencia ante los acontecimientos que nos cuentan, los relatos se ven aderezados en numerosas ocasiones con anécdotas graciosas e incluso por chistes que cuentan las mismas personas que fueron, son y serán víctimas de aquel drama.
Quizás porque el humor sea, junto a la negación, una de las pocas respuestas que estas gentes encontraron para poder sobrellevar situaciones tan dramáticas. Unos optaron por una; otros por la contraria.
"Mandan un robot estadounidense al tejado, trabaja cinco minutos y va y se para. El robot japonés también trabaja nueve minutos y se para. En cambio, el robot ruso se pone a trabajar y está dos horas. Y en eso que se oye por la radio ¡Soldado Ivanov, puede bajar para un descanso!" Alexandr Kudriagvin, liquidador. Página 320.
Voces de Chernóbil es uno de los pocos libros de la autora que ha sido traducido al castellano (y a una veintena más de idiomas) pero, curiosamente, a día de hoy continúa estando prohibido en Bielorrusia.
Un libro estupendo, esclarecedor y estremecedor a partes iguales, y totalmente recomendable, del que destaco un par de frases que a mi entender lo resumen a la perfección y que deberían ser motivo de reflexión por parte de todos nosotros. Tanto para quienes hayan leido el libro como para los que todavía no lo han hecho.
"Para algunos, Chernóbil es una metáfora. Un símbolo. En cambio, para nosotros es nuestra vida. Simplemente la vida". Nadezhda Afanásievna Burakova, habitante del poblado Jóiniki. Página 324.
"Yo creo en la historia..., en el juicio de la historia.. Chernóbil no ha terminado, tan solo acaba de empezar". Página 366.
* Reseñas pendientes:
El balcón en invierno, de Luis Landero.
La tristeza del samurái, de Víctor del Árbol.
La mujer loca, de Juan José Millás.
El balcón en invierno, de Luis Landero.
La tristeza del samurái, de Víctor del Árbol.
La mujer loca, de Juan José Millás.