Apoyó
la espalda sobre la roca, intentando recuperar el aliento. Sentía que estaba
llegando al límite de sus fuerzas: su vista parecía invadida por la neblina de
las montañas; las piernas eran incapaces de soportarle un instante más, apenas
sentía el brazo derecho y la cabeza le retumbaba como un tambor en pleno
desfile. Su cerebro recibía señales de todo el cuerpo, pero ninguna era
positiva. Necesitaba descansar un momento, intentar tranquilizarse y decidir sus próximos movimientos.
Poco
a poco el movimiento de su pecho se fue normalizando. Con cada bocanada de aire
que llenaba sus pulmones la respiración se iba haciendo más pausada y
profunda a la vez, y el corazón recuperaba su ritmo habitual.
Tras
varias horas de lucha tenía la garganta seca, y la lengua hinchada y áspera
como el esparto. Le vino a la memoria el pequeño riachuelo que bordeaba su
aldea y en el que solía zambullirse de niño. ¡Cómo echaba de menos sus aguas
serpenteantes, abriéndose camino entre cañizales y palmeras, y cuánto deseaba
en aquel momento poder sumergirse en él para refrescarse por dentro y por
fuera!
Desde
su improvisado refugio y parapetado tras aquella roca alzó la vista para
comprobar que el sol apenas despuntaba en el horizonte. Aún estaba lejano el
mediodía y el calor ya era insoportable, pero el breve descanso había
propiciado que su maltrecho cuerpo recuperara algo de su habitual vitalidad.
Apenas
cubierto por unos jirones de sucio paño, empapado en su propio sudor y
salpicado de sangre que deseaba que no fuera suya se dispuso a volver junto a
sus compañeros. Pero cada paso que daba le resultaba más difícil que el
anterior. Sus pies desnudos se hundían en el fangoso terreno, una repulsiva
mezcla de barro, sangre y alguna otra sustancia que prefería no identificar.
Su
lento caminar se vio sorprendido por un inmenso resplandor. Una luz cegadora
que lo paralizó todo, seguida de un rugido que ni la mayor de las tormentas
sería capaz de igualar.
Instintivamente
se echó al suelo, cubriéndose la cabeza con las manos, y en cuestión de segundos
una lluvia de barro, rocas incandescentes y restos desmembrados de lo que hasta
un momento antes eran sus compañeros lo cubrió casi por completo.
Definitivamente
aquellos seres poseían un armamento muy superior al suyo. Los malditos peludos
se habían propuesto acabar con ellos aquel mismo día.
(…)
Hola Paco.
ResponderEliminarAunque sigo el blog desde hace tiempo esta es la primera vez que escribo. Me ha gustado la historia y me gustaría que continuara. quien son los peludos?
Bienvenido al blog y muchas gracias por escribir.
EliminarMe alegro de que te haya gustado la historia y te recomiendo que estés atento porque en breve continuará.
Un saludo.
Muy bueno todo lo que escribes. Casi se puede sentir la angustia del protagonista.
ResponderEliminarMola.
Gracias Pedrito por ser uno de los más fieles seguidores de este blog.
EliminarMuy pronto habrá nuevas entregas del relato. Espero que te continúe gustando y que me envíes tus comentarios.
Saludos.
Estupendo.
EliminarEstaré pendiente de la continuación.
Ya está la segunda parte. Espero que te guste.
EliminarSaludos.
A mi tamben me gusta.
ResponderEliminarLas historias de ciecia ficcion son las que mas me gustan. Ya era hora de que escribieras algo asi.
Gracias por el comentario.
EliminarY si te ha gustado el relato ya puedes leer la continuación.
¿ciencia? ¿ficción? Bueno. Veremos hacia donde nos lleva el desarrollo de la historia.
Un saludo.