viernes, 28 de noviembre de 2014

Más imágenes curiosas

Como continuación a la entrada anterior, y ya que tuvo bastantes comentarios, pondremos otra fotografía que puede perfectamente servir de ejemplo.

Es una imagen bastante similar (con carretilla incluida), aunque aquí parece muy clara la intencionalidad del fotógrafo, y que la escena no tiene nada de accidental.



 "Me lo llevo"




También hubo comentarios que decían que se trataba de una imagen muy típica, como aquellas que tanto se suelen criticar pero no nos podemos resistir a hacer cuando viajamos a determinados lugares.

Y como ejemplo de ello, en uno de los primeros puestos del ranking de fotografías típicas/tópicas aparecería, sin duda, alguna de la torre Eiffel.


"El llavero"



Muy bonita, incluso artística si quereis, con ese cielo tan impresionante...


Aunque si hablamos de una foto curiosa, accidental y super original, y en la que además no parece que hay ningún tipo de trampa ni cartón, sin duda mi voto sería para esta.



"El mono gigante"


Curioso efecto. 
Y susto importante (supongo), para quienes viajaran en el mismo vehículo que el fotógrafo. 

Los del de delante, pese a lo que pueda parecer en un primer momento, igual ni se enteraron.



jueves, 20 de noviembre de 2014

Moviendo montañas


Aquí teneis una imagen con un curioso efecto óptico. Parece talmente que la mujer estuviera transportando la mismísima montaña con su carretilla.





La fotografía es de Wilfredo Limachi
Y quien en ella aparece es su propia madre, Valentina Mamani, a punto de concluir una dura jornada laboral.


sábado, 1 de noviembre de 2014

Invasión (V)

Pasaron la noche intranquilos. Nerviosos y asustados. Todos en el poblado sabían el riesgo que suponía pasar la noche en el exterior. Si en circunstancias normales cualquiera que se atreviera a hacerlo estaría expuesto a multitud de peligros, mucho peor en las actuales circunstancias, con un nuevo y desconocido enemigo merodeando por los alrededores. 
Pero también lo sabían quienes habían salido a patrullar el día anterior y sin embargo no habían regresado. Algo o alguien se lo había impedido.

Una vez más, una noche más -y ya iban unas cuantas en los últimos días-, la oscuridad no vino acompañada del descanso. Más bien al contrario. Durante toda la noche permanecieron atentos, vigilantes ante cualquier señal que pudiera llegarles del exterior y les confirmara que sus amigos estaban bien y que regresaban sanos y salvos. 
Pero para su desgracia no fue así. No hubo ninguna luz, ni ningún sonido extraño, nada fuera de lo normal para aquellas latitudes. Aquella fue una noche como cualquier otra, pero la patrulla no había regresado.

Esta vez no hubo mucha discusión: unos eran partidarios de salir de inmediato, mientras que otros pensaban que era mejor permanecer todos juntos, unidos en la seguridad del poblado, y esperar al menos un día para ver si tan solo se trataba de un retraso y se estaban alarmando sin motivo. Finalmente la opción más pesimista fue la mayoritaria y decidieron actuar.

Todavía no había amanecido cuando salieron en su búsqueda. Otro grupo de hombres que partía con las primeras luces del día. Se dispersaron en las cuatro direcciones, con el objetivo de abarcar la mayor cantidad de terreno posible en busca de cualquier rastro de sus amigos. Debían regresar al mediodía, a no ser que antes alguno de ellos diera la voz de alarma.






Tras unas horas de caminar y después de superar una pequeña elevación del terreno a la que había accedido para tener una perspectiva más amplia de la zona, uno de los patrulleros se encontró con lo que no hubiera querido. En un claro del terreno una enorme mancha de sangre apareció ante él. Desde el centro le llegaba la mirada fija de uno de sus compañeros a los que llevaba horas buscando. Su gesto era tranquilo y sereno, tanto que no hubiera llamado la atención de quien lo observara, a no ser porque la cabeza, que se hallaba ensartada en una estaca de madera, era la única parte de su cuerpo que permanecía allí.

Reprimiendo las arcadas que le producía aquella horrible visión se separó unos metros de la escena, teniendo cuidado de no pisar el sanguinolento terreno, y una vez estuvo agazapado tras unos matorrales cercanos echó mano del colgante que pendía de su cuello para lanzar el aviso convenido.

A falta de otro método más sofisticado pero tal vez menos efectivo, utilizaban las caracolas marinas para mantenerse en contacto. Tres sonidos cortos y seguidos, una breve pausa y otros tres sonidos. Había que repetir la operación tres veces. Aquella era la señal de peligro. Resultaba muy similar al sonido de las grandes aves que habitaban la zona, pero ellos sabían distinguirlo. Por eso utilizaban aquel sistema: mientras cualquier extraño oiría únicamente el sonido de un pájaro, ellos escuchaban una señal de peligro, de que algo grave había sucedido.

Tras emitir el aviso y mínimamente repuesto de la terrible impresión, todavía permaneció un tiempo agazapado, deseando no haber sido descubierto. Quien había dejado expuesto de aquella manera a su amigo era muy probable que no andara demasiado lejos de allí.

Una vez estuvo seguro de que no había nadie por los alrededores y con el rostro todavía humedecido por las lágrimas, salió de su escondite y comenzó a desandar el camino de regreso a la aldea. Asustado y apenado a partes iguales, no pudo despedirse de su amigo. Fue incapaz de volver a mirarlo.

Tampoco necesitaba hacerlo. Desde el primer momento supo que aquella imagen le acompañaría durante toda su vida, por larga que esta llegara a ser.

(...)