Desde hace ya más de dos años una pequeña población de la provincia de Zaragoza posee el dudoso honor de ocupar uno de los primeros puestos mundiales en el hipotético ranking de restauraciones artísticas chapuceras. Me estoy refiriendo, como muchos ya habréis adivinado, a la localidad de Borja, famosa desde agosto del año 2012 por su Ecce Homo. O más concretamente por el remiendo perpetrado por una de sus octogenarias vecinas, una aficionada a la pintura con bastantes ínfulas pero con muy pocas habilidades pictóricas.
Para ilustrar el comentario pensaba incluir un par de imágenes, del antes y el después del "trabajo" de la "restauradora" de cuyo nombre no quiero acordarme, pero en aras del buen gusto os evitaré el mal trago. En todo caso ahí está internet por si alguien quiere verlo. La red está llena de imágenes de la obra original y de cómo está ahora. Incluso circulan multitud de montajes para dar el toque de humor a tan curiosa noticia.
También cabe la posibilidad de verlo en vivo y en directo. Para quien quiera y se pueda desplazar, por el módico precio de un euro (para los mayores de 12 años, menores gratis) se puede realizar la visita. Aunque pueda parecer una broma no lo es. Más de ciento cincuenta mil personas ya lo han hecho.
Pues ahora hemos sabido que no somos los únicos. Que los hay incluso peores por ahí. Concretamente en el Museo Egipcio de El Cairo, donde han batido todos los récords.
Al parecer, por causas que no se han especificado, la famosa máscara mortuoria del faraón Tutankamón que se expone en dicho museo, sufrió un accidente durante una reciente sesión de limpieza (¿?), a consecuencia del cual se le rompió la barba postiza, desprendiéndose del resto.
Al parecer, por causas que no se han especificado, la famosa máscara mortuoria del faraón Tutankamón que se expone en dicho museo, sufrió un accidente durante una reciente sesión de limpieza (¿?), a consecuencia del cual se le rompió la barba postiza, desprendiéndose del resto.
Estamos hablando de una obra de arte de una enorme belleza y de un valor incalculable, de 54 centímetros de altura y algo más de 10 kilos de peso, toda ella de oro y con incrustaciones de vidrio coloreado y piedras semi preciosas.
Ante tal circunstancia, en vez de trasladar la máscara al laboratorio de conservación o a algún departamento de restauración (propio o ageno al museo) para que pudiera ser tratada por personal especializado, se decidió arreglar la rotura inmediatamente, para así no verse obligados a retirar la pieza de la exposición, ya que es uno de los grandes atractivos del museo.
Y allí mismo apareció el listo de turno, ni corto ni perezoso y armado con un tubo de pegamento industrial, para proceder a la "restauración". Al más puro estilo Pepe Gotera y Otilio.
No contento con ello y tras proceder a la soldadura de la pieza parece que se fue animando, y todavía se atrevió a raspar el pegamento sobrante con una espátula ("pa dejarlo niquelao", parece que dijo), produciendo varias rozaduras en el rostro de la máscara, tal y como se puede apreciar en la siguiente imagen.
Sí señor. Con un par.