El
otro día leí una entrevista (en La
Vanguardia, que siempre es
conveniente citar las fuentes) a una conocida escritora, autora de
éxito y reciente ganadora de un importantísimo premio editorial, en
la que afirmaba que “Valencia no le encaja para ser escenario de
una novela negra porque es amabilidad pura, un lugar que acoge muy
bien y donde es difícil mostrar hostilidad, por lo que no concibe
que se puede ambientar un thriller por estas tierras”. Fin de la
cita.
Así.
Tal cual. Sin anestesia ni nada. Y se quedó más ancha que larga.
¿Qué?
¿Cómo se os ha quedado el cuerpo, ignorantes lectores y/o
escritores de este tipo de literatura? A mi muy mal.
Y
no tanto por constatar que, pese a lo que ha llovido por estas
tierras durante demasiados años, el rancio y trasnochado concepto de
“el Levante feliz”
continúa plenamente vigente para mucha gente en este país. Y además
entre personas “leídas” a las que se les supone un mínimo de
preparación, y que algo deberían de conocer aunque solo fuera por
los medios de comunicación o por las lecturas de las obras de
algunos de sus compañeros.
Lo
que más me indigna de esas palabras es el desconocimiento mayúsculo
que demuestran para con montañas de libros ambientados en estas
tierras que llenan estanterías de librerías y bibliotecas con
historias complejas y bien desarrolladas, y que por sí solos ya
echarían por tierra tan peregrina afirmación.
Y
lo que es peor todavía en un/a profesional de las letras. Ese
desconocimiento -esa ignorancia- se convierte indirectamente en
desprecio para un buen número de escritores
(unos con más éxito que otros) que poseen una calidad más que
demostrada y que, para gozo y disfrute de sus lectores, escriben y/o
ambientan sus historias en estas tierras tan desconocidas para
algunos (como es su caso, señora escritora).
Supongo
que no le sonarán de nada los nombres de Luis Varela, Vicente Marco,
Pablo Sebastiá, Xavier Aliaga, Juli Alandes… Usted se lo pierde.
Tal
vez haya oído hablar de Emili Piera, Carlos Aimeur, Bel Carrasco,
Rafael Calatayud, Manuel Gimeno, Anna Moner… ¿Tampoco? Vaya.
Pero
tranquila, seguro que ahora sí. A alguno tiene que haber leído
(aunque no le haya gustado). Espero. David Jiménez el Tito, Ramón
Palomar, Juanjo Braulio, Santiago Álvarez, Vicente Garrido, Nieves
Abarca.
Bueno.
No pasa nada. Vamos con el último intento. A ver si hay más suerte.
Ferran Torrent, Rafael Chirbes, ¡Vicente Blasco Ibáñez! Ahora sí,
verdad? ¿O tampoco?
Y
si no, tampoco pasa nada. Total estamos hablando de aficionados, de
unos junta-letras, que no tienen ni idea de escribir y mucho menos de
cómo y dónde ambientar sus historias. Valencia, ¡a quién se le
ocurre!
Deberían
aprender de escritores de
verdad como usted. Así
sabrían que lo que se debe hacer es situar la acción en bosques
sombríos, entre húmedos valles y brumosas montañas; en oscuras
cuevas junto a ríos de agua cristalina; en antiguos caserones
deshabitados atrapados por la espesa niebla circundante; en angostos
callejones de irregulares adoquines bruñidos por la acción de la
incesante lluvia… Que eso sí son decorados para un thriller como
dios manda, para una novela negra como debe ser.
Con
sangre. Y “monstruitos”. ¡Y pastelitos! Y jóvenes inspectoras
atormentadas por su pasado que se ven obligadas a volver a las
tierras de su niñez para enfrentarse a sus propios demonios
interiores y a las trabas que le irán poniendo sus anticuados
compañeros varones.
Y
de paso resolver un asesinato. O varios.
Con
la ayuda de la magia. Y de su abuelita. Auuu.