Se acabó el mundial de fútbol.
Después de un mes de partidos, goles, alegrías de unos, tristezas de otros, ojo de halcón para los goles fantasma (y, como para celebrarlo, no ha habido ni uno en todo el torneo), spray arbitral para controlar la distancia de las barreras, prórrogas (sobre todo prórrogas, más que nunca en un mundial) y un montón de tandas de penaltis, ayer terminó el Mundial de Fútbol de Brasil 2014.
Anoche dejamos de ser los "vigentes campeones" (¡Iniesta de mi vida!). Tras caer eliminados en la fase de grupos, casi casi como en los viejos tiempos, hace ya varias semanas que los nuestros andan de vacaciones. De vacaciones de las de verdad, porque cualquiera diría que de las otras ya disfrutaron durante unas semanas a finales del mes de junio.
Argentina contra Alemania, la final más repetida en la historia de los mundiales de fútbol, resultó uno de los mejores partidos de todo el campeonato pese a que no hubo goles en los 90 minutos. Así que, una vez más en este mundial, el partido se prolongó más allá.
Como si no se pudiera terminar; como si el balón se resistiera a dejar de rodar por Maracaná, el fútbol nos regaló treinta minutos más de juego, de cansancio, de ocasiones, de lesiones... Y cuando ya parecía que todo se decidiría en los lanzamientos desde los once metros, una jugada por la banda izquierda, un balón colgado al área y un remate de primeras hicieron que todo terminara allí mismo.
Cualquiera de los dos equipos pudo ganar. De hecho Argentina tuvo si no más al menos mejores ocasiones de marcar a lo largo del partido. Pero solo puede ganar uno, y fue Alemania quien lo consiguió.
Por eso hoy vuelve a estar plenamente vigente la famosa frase que pronunció Gary Lineker en el mundial de Italia, tras perder la semifinal contra los alemanes. "El fútbol es un deporte en el que juegan once contra once, y al final siempre gana Alemania".