jueves, 28 de agosto de 2014

Invasión (II)



El silencio se adueñó del lugar. Ni el sonido de los pájaros, ni el ruido de la lucha. Nada. Tan solo un insoportable zumbido metálico que, de algún modo, aquellos seres habían logrado meterle en la cabeza y del que no se podía desprender.

No sabía lo que estaba pasando. Recordó que iba caminando para reunirse con sus compañeros cuando repentinamente una fuerza invisible lo zarandeó y lo echó al suelo. Y que instantes después una ráfaga de viento ardiente pasó sobre su cabeza, arrasándolo todo y dejando tras de si un hedor insoportable.

Tardó unos minutos en reaccionar. La extraña lluvia que acababa de padecer había añadido alguna muesca más a la colección de su maltrecha espalda, aunque no parecían tan graves como para impedirle continuar.

Inspiró profundamente aquel aire denso que le quemaba por dentro y apoyándose en el arma que sorprendentemente continuaba en su mano pudo girar sobre el costado izquierdo, sintiendo una punzada de dolor que le recorrió todo el cuerpo. Y, tambaleándose, consiguió incorporarse.


Lo que vio a continuación le dejó paralizado. Una vez más, y ya iban unas cuantas en las últimas horas, sintió que su vista le engañaba. No podía creer lo que estaba viendo. La destrucción más absoluta se presentaba a su alrededor.

La pequeña ensenada en la que echaban las redes a diario y el diminuto embarcadero donde amarraban sus botes los días de tormenta habían desaparecido casi por completo, convertidos en una negra planicie de tierra quemada y ceniza. En el otro extremo, parte de la frondosa colina en la que se encontraba el único camino por el que se podía acceder al poblado, tampoco existía; se había derrumbado, desparramándose sobre la arena de la playa y sepultando en su caída a muchos de sus amigos.


El panorama era desolador. Hasta donde alcanzaba la vista el terreno le resultó irreconocible. Ni un árbol, ni una roca, nada permanecía en su lugar. Solo se distinguían algunos restos desperdigados, varios tocones de palmeras todavía humeantes y multitud de pequeños incendios que consumían cuerpos inertes y objetos irreconocibles.

Allí de pie, con los ojos llorosos por el humo y por la rabia acumulada, con el cuerpo magullado y el alma encogida, finalmente lo entendió, y fue plenamente consciente de la dramática situación. El monstruo que escupía fuego había hablado, y lo había hecho de la manera más mortífera posible.

Pudo verlo allí, al final de la bahía. Negro como una noche sin luna; como la muerte que provocaba. Era del tamaño de varios hombres robustos, y de su boca manaba una espesa columna de humo que se elevaba más allá de las montañas. 
Junto a él varias decenas de enormes brillantes ejecutaban lo que debía ser un baile ritual. 
Y al fondo, una multitud de terroríficos peludos disfrutando del espectáculo y a la espera de recibir la orden definitiva.

No era una invención de los exploradores. Les habían contado la verdad.
 
(…)

viernes, 22 de agosto de 2014

Invasión




Apoyó la espalda sobre la roca, intentando recuperar el aliento. Sentía que estaba llegando al límite de sus fuerzas: su vista parecía invadida por la neblina de las montañas; las piernas eran incapaces de soportarle un instante más, apenas sentía el brazo derecho y la cabeza le retumbaba como un tambor en pleno desfile. Su cerebro recibía señales de todo el cuerpo, pero ninguna era positiva. Necesitaba descansar un momento, intentar tranquilizarse y decidir sus próximos movimientos.

Poco a poco el movimiento de su pecho se fue normalizando. Con cada bocanada de aire que llenaba sus pulmones la respiración se iba haciendo más pausada y profunda a la vez, y el corazón recuperaba su ritmo habitual.

Tras varias horas de lucha tenía la garganta seca, y la lengua hinchada y áspera como el esparto. Le vino a la memoria el pequeño riachuelo que bordeaba su aldea y en el que solía zambullirse de niño. ¡Cómo echaba de menos sus aguas serpenteantes, abriéndose camino entre cañizales y palmeras, y cuánto deseaba en aquel momento poder sumergirse en él para refrescarse por dentro y por fuera!

Desde su improvisado refugio y parapetado tras aquella roca alzó la vista para comprobar que el sol apenas despuntaba en el horizonte. Aún estaba lejano el mediodía y el calor ya era insoportable, pero el breve descanso había propiciado que su maltrecho cuerpo recuperara algo de su habitual vitalidad.

Apenas cubierto por unos jirones de sucio paño, empapado en su propio sudor y salpicado de sangre que deseaba que no fuera suya se dispuso a volver junto a sus compañeros. Pero cada paso que daba le resultaba más difícil que el anterior. Sus pies desnudos se hundían en el fangoso terreno, una repulsiva mezcla de barro, sangre y alguna otra sustancia que prefería no identificar.

Su lento caminar se vio sorprendido por un inmenso resplandor. Una luz cegadora que lo paralizó todo, seguida de un rugido que ni la mayor de las tormentas sería capaz de igualar.

Instintivamente se echó al suelo, cubriéndose la cabeza con las manos, y en cuestión de segundos una lluvia de barro, rocas incandescentes y restos desmembrados de lo que hasta un momento antes eran sus compañeros lo cubrió casi por completo.

Definitivamente aquellos seres poseían un armamento muy superior al suyo. Los malditos peludos se habían propuesto acabar con ellos aquel mismo día.


(…)

martes, 19 de agosto de 2014

Vergüenza



Declaraciones, reacciones a las mismas, tensión. Incertidumbre, escaramuzas. Atentado, misil. Guerra, refugiados. Muerte. Desolación. Palabras tan presentes en la información del día a día que, al convertirse en tan habituales, han conseguido que pasemos sobre ellas sin apenas reparar en su significado, anestesiados como estamos ante el drama que están sufriendo en estos momentos miles de personas como nosotros, con nombres y apellidos. Con familias y amigos.

Hablamos de Israel, de Palestina, de Ucrania, de Siria, de Irak…, y lo hacemos como si se tratara de Marte (o de Alfa Centauro) cuando en realidad no dejan de ser nuestros vecinos de al lado en este pequeño planeta.


"Considerad que entre personas de entendimiento las cosas justas y razonables se debaten por derecho y razón (…). Pero cuando los débiles contienden sobre aquellas cosas que los más fuertes y poderosos demandan, conviene ponerse de acuerdo con éstos para conseguir el menor mal y daño posible".
 TUCÍDIDES, Historia de la Guerra del Peloponeso, siglo V a.C.
 

No se quién es el fuerte y quién el débil; ni mucho menos el poseedor de la razón. Pero siento pena, rabia y vergüenza por la raza humana en su conjunto. Por todos y cada uno de nosotros que permanecemos al margen, incapaces de acabar con tanto drama y tanta barbarie.



viernes, 8 de agosto de 2014

Prensa de agosto



 Quienes tengan la sana costumbre de leer diariamente la prensa habrán podido comprobar que hoy, día 7 de agosto, se da un hecho curioso. En la edición digital de un periódico de tirada nacional (uno con acento, aunque por aquello de la publicidad no diré el nombre) se produce una de esas casualidades que a menudo nos llevan a reflexionar.

La primera noticia que aparece destacada en la portada es la de la repatriación del religioso español infectado de ébola (a falta de más pruebas parece que la otra religiosa no está contagiada) que acaba de llegar esta mañana para ser tratado aquí de la enfermedad.




Curioso país el nuestro. Ni siquiera en un caso así nos podemos poner de acuerdo, y no han tardado en aparecer algunas voces discordantes, quienes se preguntan por qué tenemos que pagar entre todos el enorme gasto que supone fletar un avión medicalizado y en situación de asepsia total, si al fin y al cabo él ya sabía a lo que se exponía al irse a África; que nadie le había obligado a ir; que cabía la posibilidad de contagiarse y que por lo tanto, debería él mismo (más bien la iglesia a la que pertenece) apechugar con las consecuencias. Y con los gastos.

También hay quien opina que, "hombre, lo de la repatriación está muy bien. Al fin y al cabo para eso somos un país civilizado, que pagamos impuestos para poder recibir servicios…, ¡pero lo de cerrar un hospital solo para dos personas! ¡Y cancelar las consultas programadas para hoy!" Total, por haber peligro de contagio masivo de una enfermedad mortal. Vamos, una tontería. (Esto último lo añado yo).


Bien. Pues en ese mismo periódico, justo al lado de esta noticia (al lado derecho, por supuesto) aparece la fotografía del ex-molt honorable a las puertas de su “casita” de los Pirineos. Desaparecido de todo y de todos desde que realizó su confesión de delincuente fiscal durante varias décadas, lo acaban de fotografiar en su casa familiar de Queralbs (Girona) cuando salía a dar un paseo y a tomarse un café en el bar del pueblo, como suele hacer siempre cuando está allí.




 Y digo yo. Si este personaje hubiera contribuido al erario público como hace o debe hacer todo hijo de vecino, tal vez hubiera habido lo suficiente, entre otras cosas, como para construir un hospital en el que poder hacer frente a este tipo de situaciones. O al menos para una Unidad que estuviera lo suficientemente aislada como para no tener que desalojar a nadie del hospital donde le están atendiendo.

Demagogia, dirá alguien. Ya lo sé. Seguramente esas montañas de euros no ingresadas habrían ido a parar a cualquier otro destino (más o menos opaco), nos encontraríamos en la misma situación y no existiría un hospital de las características del que necesitamos en este momento.


Una vez dicho todo lo anterior y visto que por el arte de las casualidades estas dos noticias se han unido hoy de alguna manera, propongo que se mantenga esa relación. Y se me ha ocurrido una forma de hacerlo. Que el defraudador se ofrezca a pagar. Que colabore, en todo o en parte, y corra con los gastos del transporte del religioso. Tal vez así conseguiría lavar un poco su imagen, contribuyendo en lo que no ha hecho en los últimos treinta y tantos años. Eso sí que sería un detalle, y no el de renunciar a unos privilegios que, como ahora ha quedado patente, hace muchos años que no merecía disfrutar.


Pero todo ello con independencia de las consecuencias jurídicas y fiscales que merezcan los hechos por él mismo reconocidos. Que se hagan efectivas en la hacienda pública las cantidades no ingresadas en su momento. Que pague la multa que le corresponda. Con los recargos correspondientes. Y que apechugue con las consecuencias que, esperemos, le vendrán encima por ocultarnos a todos los españoles un montón de billetes de 500 euros.

Y sin indultos. Que esa es otra...