lunes, 25 de abril de 2016

Otro día de oficina


Tras los amplios ventanales en cuyos cristales se reflejaba el frío de la mañana, contemplaba, aún a medio despertar, los cercanos edificios de la ciudad todavía dormida. Apenas había amanecido. La humedad del exterior, por contraste con la temperatura del recinto, perlaba la superficie del cristal de gotas heladas y transparentes, en el momento en que se encendieron todas las luces. Comenzaba el movimiento; el día se desperezaba.

Llevaba ya varios años en la oficina y se podría decir que se encontraba a gusto allí. Había visto pasar a un buen número de compañeros, ya que en aquel departamento el movimiento era continuo. Cierto es que había algunos históricos que estaban en el despacho casi desde el primer día, como si un poderoso imán les impidiera abandonar el lugar, pero la mayoría de los compañeros no permanecía allí más que una breve temporada: llegaban, hacían su trabajo y desaparecían, y en muchos casos no se volvía a saber nada más de ellos. Pero su caso era distinto. Llevaba bastante tiempo allí, ya era uno de los veteranos, y no tenía ningún motivo para pensar en un cambio de trabajo.

Se había adaptado perfectamente a aquel ambiente, a pesar de que las condiciones no eran las más idóneas al encontrarse en un espacio reducido, casi apiñados entre aquellas cuatro paredes que constituían todo su mundo. Tal vez por ello no era del todo inhabitual que surgieran ciertos roces entre los compañeros, como consecuencia de la aglomeración en la que se encontraban. Incluso en alguna ocasión se había producido algún pequeño enganchón -en el que llegaron a saltar chispas-, resuelto rápidamente por las hábiles manos del encargado.

Aunque no todo era tensión. También eran conocidos los casos de compañeros que poco a poco se habían ido acercando, intimando su relación para finalmente acabar enrollándose. Y así continuaban, juntos y ajenos a los maliciosos comentarios de los demás.

Poco a poco toda la maquinaria se puso en funcionamiento. Comenzaron a sonar los teléfonos; se escuchaba el rítmico golpeteo de manos tecleando en sus ordenadores mientras las impresoras escupían los primeros papeles del día ahogando, con el sonido de sus rodillos, alguna susurrada conversación. Todo parecía normal. Un día más, una fecha cualquiera que arrancar en el calendario y del que no quedaría nada digno de destacar.

Pero de pronto algo cambió, rompiendo la monotonía habitual. Tuvo una extraña sensación, como si su trabajado cuerpo perdiera repentinamente la consistencia, como si por un instante la fuerza de la gravedad dejara de actuar en él.

Le dio la sensación de que el cielo se le venía encima, y sintió un calor como no recordaba haber sentido nunca. Se vio obligado a cerrar los ojos ante una luz cegadora que inundaba la estancia. Aquello no era normal, se dijo. No sabía lo que le estaba pasando, pero no le gustaba nada. No se encontraba bien. Estaba nervioso y asustado.


Entonces escuchó algo. Un leve rumor, apenas perceptible, que en principio no supo de dónde venía pero que poco a poco le llegaba con mayor nitidez. Aquel antiguo sindicalista, de la rama del metal, ateo y descreído como pocos, se sorprendió a si mismo al comprobar que lo que escuchaba era su propia voz... ¿rezando?

En aquel momento tuvo consciencia de lo que sucedía, aunque no se lo podía creer. Unos dedos enormes lo atenazaban, impidiéndole cualquier movimiento, y lo estaban alejando, no sabía si para siempre, de los que hasta ese momento habían sido su familia.

El vuelo fue corto, de apenas unos segundos, aunque en su pequeña escala le pareció que duraba una eternidad, desplazándolo a bastante distancia de su lugar de origen.

Aterrizó suavemente, sin estridencias. Se encontró posado sobre un montón de papeles -en el círculo luminoso proyectado por un desvencijado flexo-, sujetándose a ellos para no perder el equilibrio y poder así recobrar mínimamente el resuello y la estabilidad.

En ese preciso instante fue consciente de su nueva situación. Su estatus había cambiado. Ahora él era el jefe; el que estaba al mando; el encargado de mantener el orden entre los demás. Estaba sobre un expediente, enganchado a varios folios. En una carpeta de firma a bordo de la cual emprendería un nuevo viaje que le llevaría a otras mesas, a otros departamentos, y tal vez incluso a otros edificios.

Se sintió alegre, feliz. Pleno de satisfacción por haber cumplido su objetivo. Al fin y al cabo él no era más que un clip, y lo habían fabricado para eso.






jueves, 14 de abril de 2016

14 de abril



14 de abril de 1931. Hoy hace 85 años. Tras las elecciones municipales realizadas dos días antes, que supusieron una amplia derrota de los partidos tradicionales, el día 14 de abril de 1931 se proclamó en España la Segunda República.

Pese al mayor número de concejales monárquicos elegidos, las elecciones supusieron una amplia derrota de la Corona en los núcleos urbanos. Los republicanos vencieron en 41 capitales de provincia (como ejemplo baste decir que obtuvieron el triple de votos en Madrid y los cuadruplicaron en Barcelona, con grandes diferencias en la inmensa mayoría de ciudades), aunque en las zonas rurales consiguieron la victoria los candidatos monárquicos (el caciquismo imperante, la incultura y en muchos casos el miedo hicieron, una vez más, su trabajo).




Ante el decidido impulso republicano en las ciudades el rey Alfonso XIII decidió abandonar el país. Curiosamente ese mismo día pero del año 2012 su sucesor Juan Carlos I sufrió una fractura de cadera durante una cacería de elefantes en Botsuana. Dicha circunstancia, casualidades del destino, tal vez supuso el principio del fin de su reinado.






Hoy, ahora mismo, algún Delegado del Gobierno está ordenando retirar pancartas de edificios municipales. Pero hay que aclarar que no se trata de banderas izadas en mástiles oficiales, sino de simples trozos de plástico que conmemoran una fecha.

Y es que ya se sabe que cuando las vacas se aburren matan moscas con el rabo.